sábado, 19 de julio de 2014

Dios mío, no desistas de mí

“Estando convencido precisamente de esto: que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Cristo Jesús.” Filipenses 1:6
Cuenta la historia de un herrero que, después de una juventud llena de excesos, decidió entregar su alma a Dios. Durante muchos años trabajó con ahínco, practicó la caridad, pero, a pesar de toda su dedicación, nada parecía andar bien en su vida. Muy al contrario: sus problemas y deudas se acumulaban día a día.
herreroUna hermosa tarde, un amigo que lo visitaba, y que sentía compasión por su difícil situación, le comentó:
- Realmente es muy extraño que precisamente, después de haber decidido volverte un hombre temeroso de Dios, tu vida haya comenzado a empeorar. No deseo debilitar tu fe, pero a pesar de tus creencias en el mundo espiritual, nada ha mejorado.
El herrero no respondió enseguida: él ya había pensado en eso muchas veces, sin entender lo que pasaba en su vida. Sin embargo, como no deseaba dejar al amigo sin respuesta, comenzó a hablar y terminó por encontrar la explicación que buscaba. Y le dijo:
- “En este taller, yo recibo el acero aún sin trabajar y debo transformarlo en espadas. ¿Sabes tú cómo se hace esto? Primero, caliento la chapa de acero a un calor infernal hasta que se pone roja. Enseguida, sin ninguna piedad, cojo el martillo más pesado y le doy varios golpes, hasta que la pieza adquiere la forma deseada. Luego la sumerjo en un balde de agua fría, y el taller entero se llena con el ruido del vapor porque la pieza estalla y grita, a causa del violento cambio de temperatura. Tengo que repetir varias veces este proceso hasta obtener la espada perfecta: una sola vez no es suficiente”.
El herrero hizo una larga pausa, y siguió:
- “A veces, el acero que llega a mis manos no logra soportar este tratamiento. El calor, los martillazos y el agua fría terminan por llenarlo de rajas. En ese momento, me doy cuenta de que jamás se transformará en una buena hoja de espada. Y entonces, simplemente lo dejo en la montaña de hierro viejo que ves a la entrada de mi herrería.
Hizo otra pausa más, y el herrero terminó:
-Sé que Dios me está colocando en el fuego de las aflicciones. Acepto los martillazos que la vida me da, y a veces, me siento tan frío e insensible como el agua que hace sufrir al acero. Pero la única cosa en que pienso es: “Dios mío, no desistas hasta que yo consiga tomar la forma que Tú esperas de mí. Inténtalo de la manera que te parezca mejor, durante el tiempo que quieras, pero nunca me pongas en la montaña de hierro viejo de las almas”.
Dice la palabra en Hebreos 12:6-7 “Porque el Señor corrige a quien él ama y castiga a aquel a quien recibe como hijo.” Soportad la corrección, y así Dios os tratará como a hijos. ¿Acaso hay algún hijo a quien su padre no corrija? “
Así que si has decido seguir a Cristo y tu vida parece ir de mal en peor, no te desanimes; cambia la perspectiva de cómo analizar tu situación. Dios solo te está capacitando a ser mejor administrador de tus finanzas, de tu tiempo, de tus talentos. Dios está quitando todas las capas de cualidades negativas que se adhirieron a ti, mientras estabas fuera de Su comunión.
Estos procesos suelen ser dolorosos; pero si descansas y confías en Aquel que comenzó la buena obra, la verás completarla a la perfección.
Toma un poco de tiempo y medita sobre lo que te está pasando, Dios nunca hará algo para dañarte; todo lo contrario, es solo que a veces no conocemos el plan completo, ni siquiera conocemos lo malo que hay en nosotros; pero dejemos al maestro trabajar, el buen herrero sabe cuánto calor y martillazos necesita cada uno de nosotros para llegar a ser esa herramienta fina, útil  y perfecta.
¡Aquel que comenzó la buena obra en mí, la completará!
Amado Padre, qué bueno es recibir tu dirección y guía en medio de estas tribulaciones. No entiendo todo lo que pasa; pero sé que como mi Padre, siempre quieres lo mejor para mí. Gracias por los procesos que me ayudan a ser mejor. Te pido que no desistas de trabajar esta pieza de hierro que soy yo, hasta llevarla a tu obra perfecta, por Cristo Jesús. Amén.

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