lunes, 21 de julio de 2014

La caída en la vida cristiana

Sólo cuatro capítulos en la Biblia no hacen alusión al pecado y sus peligros, los dos primeros y los dos últimos. Desde que Adán y Eva descubrieron que estaban desnudos en el Jardín del Edén, el pecado ha sido el común denominador de la raza humana.
El apóstol Juan lo explica claramente: “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros” (1 Juan 1:8). El pecado más grave es pretender que no tenemos pecado. Ninguno de nosotros está exento de la posibilidad de pecar. Hasta que algún día de gloria disfrutemos del Árbol de la Vida, debemos admitir nuestra vulnerabilidad.
Entre tanto, debemos tener en cuenta que, “No hay caminos cortos para llegar a la santidad. Debe ser la ocupación de toda nuestra vida.” No podemos ser santos apuradamente.
Un escritor declaró: “Si usted dice que hay pecados que nunca podrían alcanzarlo, está a punto de resbalar en una cáscara de plátano espiritual.” El hecho de creernos invencibles en ciertas áreas no es una seguridad a toda prueba.
Todos hemos oído acerca de líderes y laicos cristianos que “de repente”, caen en pecado. Todo parece ir de maravillas pero de un día para otro, dejan a la esposa por otra mujer… intentan suicidase… se hacen alcohólicos.... ¿Cómo ocurre eso? Sucede que la caída en la vida cristiana rara vez es un proceso repentino; por lo general es un proceso gradual.
Cada vez que perdemos de vista quién es Dios, nuestra vida espiritual pierde fuerza y está en peligro de caída. Y después se va acercando el pecado, que es la declaración de independencia del hombre. El primer paso para alejarse de Dios es dejar de apreciar quién es Él, y dejar de agradecerle por su persona y su obra en nuestras vidas.
La ingratitud y otras formas de desobediencia, ya sea un acto, pensamiento o deseo, producen ciertos resultados. Cuando pecamos, contristamos al Espíritu Santo, Satanás gana terreno, perdemos nuestro gozo en Cristo, nos vamos alejando y separando de Dios y de otras personas, nos convertimos en piedras de tropiezo a hermanos más débiles, y causamos pena y dolor inimaginables.
Haga un inventario espiritual de su vida. Piense: ¿Quién es Dios para mí? ¿Cómo es mi relación con Él? ¿Cuán a menudo le doy gracias? Medite en pasajes tales, como el Salmo 34, Salmo 63:1-8 y 1 Tesalonicenses 5:16-24. Encuentre formas prácticas de aplicar estos pasajes a su propia vida.
Lo más importante para usted, es lo que viene a su mente cuando piensa en Dios. Y después, lo que viene a sus labios durante el día, indica si usted ve y aprecia Su soberanía, Su gracia y otros atributos de su divinidad.
¿Está Dios hablando a su corazón? ¿Cómo es su relación con Él? Confiese sus pecados a Dios y, como lo hizo Pablo, decida que por el poder de Dios vivirá una vida cristiana victoriosa (1 Corintios 9:24-27; Gálatas 2:20). Hable de las maravillas del Señor que usted ama, y obedézcale con fidelidad. La caída en la vida cristiana no tiene por qué suceder; no es inevitable. Cristo vive en su corazón, y ésa es la mejor garantía de protección que tiene el cristiano. Recuérdelo, y viva de acuerdo a esa verdad.

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