Una mañana, al revisar mi correo electrónico, recibí el siguiente mensaje: “No puedo”. "No puedo" es la peor frase que se ha escrito o hablado, hace más daño que la calumnia o las mentiras. Con ella muchos espíritus fuertes se han quebrantado, y también con ella muchos buenos propósitos mueren. Brota, cada mañana, de los labios de quienes no piensan, y nos roba el valor que necesitamos durante el día. Suena en nuestros oídos como una advertencia enviada en su momento, y se ríe cuando tropezamos y caemos por el camino. “No puedo” es la madre de la iniciativa débil, o sea, no tener iniciativa, es como acoger como propio, el terror y el trabajo a medio hacer. Debilita los esfuerzos de inteligentes artesanos y hace del que trabaja un indolente conformista. Envenena el alma del hombre con visión, aplasta en su infancia muchos planes. Saluda al trabajo honesto con abierto desprecio y se burla de las esperanzas y los sueños del hombre.
“No puedo” es una frase que nadie debiera pronunciar sin ruborizarse; pronunciarla debiera ser motivo de vergüenza. Diariamente aplasta la ambición y el valor; devasta el propósito del hombre y acorta sus metas.
Despréciala con todo tu odio por el terror que inculca; niégale el alojamiento que busca en tu mente. Ármate contra ella como contra una criatura de terror, para que no asesine nuestros sueños.
"No puedo”, para la ambición, es una frase que simula un enemigo emboscado, en busca de destruir nuestra voluntad. Su presa es, para siempre, el hombre con una misión y se inclina solo ante el valor, la paciencia y la habilidad. Ódiala, profunda y permanentemente, porque una vez recibida, quebrantará a todo hombre sin importar la meta que esté buscando. Más bien, sigue intentándolo y respóndele a ese demonio diciéndole: “Sí puedo”. Recordando con vehemencia lo que dijo el apóstol Pablo: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4:13).
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