“Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos” Isaías 55:8,9
Desde que me bauticé, me gustaba leer libros de testimonios y oraciones contestadas. Me atraían los devocionales matutinos, con historias en las que Dios respondía de manera sorprendente e inusual. Al leerlos, imaginaba que una de aquellas historias era la mía; sólo que, en ese entonces tenía diecisiete años y no conocía el problema de salud que más adelante me impediría ser madre. Llevaba cinco años casada y no tenía hijos. Había acudido con mi esposo a tres especialistas. Todos hicieron diagnósticos diferentes e indicaban tratamientos que, por su alto costo, quedaban inconclusos. Cada vez más confundidos, no sabíamos qué hacer.
Las oraciones contestadas seguían siendo mi lectura favorita. Al leerlas pensaba: “Yo sé, Señor, que algún día contestarás mi oración”. Los años pasaban y esas historias, en vez de levantarme el ánimo me producían tristeza y depresión. Comencé a preguntarme: “¿Por qué, Señor?”
Finalmente, encontramos un especialista que no decía ni alardeaba saber mucho, pero nos explicó desde lo sencillo a lo complejo, dándonos confianza. Iniciamos nuevamente con él los estudios y el tratamiento, pero una vez más, sin resultados. En esos días, mi esposo fue trasladado nuevamente de ciudad y responsabilidad… y volvimos al punto cero. Decidimos no hablar más del tema. No sé si fue el cansancio, la desesperanza o el coste, pero nos olvidamos del asunto. ¡Dejaríamos todo en las manos y la voluntad de Dios!
Tres meses después de habernos mudado, el Señor contestó mi oración. Con lágrimas de alegría, un lunes por la mañana recibí la noticia que había esperado tanto tiempo: estaba embarazada. Mi pequeña Diana es la respuesta de Dios a mi oración, el milagro casi tan sorpresivo e inusual como el de las historias que yo leía.
Nuestros tiempos no son los de Dios ni nuestros sueños los suyos. Seamos pacientes, oremos con fe y el milagro llegará.
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