viernes, 13 de junio de 2014

La voluntad de Dios para mí

Continuamente daba gracias a Dios por el don que, a través del Espíritu Santo le había conferido, de la sabiduría e inteligencia que humildemente, intentó poner y siempre pone y pondrá en aras a su servicio, para su gloria. Si tiene algo, es gracias a Él, a su gracia, y nunca se cansará de darle las gracias por ello, de alabarle, adorarle lo mejor que pueda y sepa, y darle el mejor servicio cada día que pase.

A través de sus vivencias, muchas gracias a Dios, pudo darse cuenta de que la experiencia vital, puesta al servicio de la fe que, como cristianos tenemos, produce resultados verdaderamente extraordinarios, ciertamente asombrosos.

Un día fue invitado a comer a casa de sus pastores, grandes amigos suyos, como si fuesen hermanos, y les compartió acerca de unos hechos que le acontecieron. Quería relatárselos, y también hacerles una pregunta.
El caso es que, estaban acabando de comer, cuando les formuló esa pregunta que, debido a su experiencia y creencia en Dios, creía acertada, según él, su respuesta a ella. Respetaba, y mucho, la opinión de sus pastores, y les preguntó: ¿Cuántos grupos de gente, atendiendo a su creencia o no en Dios, creéis que hay?, les inquirió, a sabiendas que la respuesta ya iba implícita en la pregunta.
-         Dos, le dijeron. Creyentes y no creyentes en Dios.
-         En mi opinión, les comentó, creo que son tres. Me explico:
Creo que, atendiendo a la fe en Dios, están los no creyentes, como los agnósticos y ateos, con sutiles aunque apreciables diferencias entre ellos, los creyentes en Dios, y los pasivos. Situado este último grupo, entre los creyentes y los que no lo son, y a caballo para ambos. Este es un grupo de gente que merece ser explicado. A ver: en la actualidad, y quizá debido a los múltiples problemas que nuestra sociedad plantea, problemas sobre todo de exaltación del ego, de egoísmo, de atención a cosas banales, etc., muchísima gente, a estimar su porcentaje quizá entre un 70 a un 80%, cree en Dios, pero no participa ni expone nada, por no hablar de su falta absoluta de compromiso con Él. Dicen creer en Dios, pero únicamente se basan en su creencia de un ser superior. Mas nunca se plantean seriamente su creencia en el Creador de todo, y ni siquiera piensan en Él. Su vida se reduce exclusivamente, a su diario vivir en este mundo.
Esa era su opinión en cuanto a la gente.
Había sido bautizado como cristiano evangélico, unos meses antes, y a su mente venían cual torrente, cada día más, una serie de preguntas que periódicamente, inquirían de sus conocimientos. ¡Benditos aquellos que al no complicarse la vida por sus conocimientos, no tienen estos problemas bíblicos!
Sabía y creía fielmente, en Jesús como nuestro Señor y Salvador, artífice siendo Dios, de adquirir naturaleza humana, para a través de su enorme sacrificio en la cruz del Calvario, por su derramamiento de sangre, por su consecuente muerte y su posterior resurrección, de su Obra completa en orden al perdón de nuestros pecados y el restablecimiento, de esta manera, de nuestra relación con Dios. Pero aún le faltaban cosas. Cosas que, a pesar de su creencia en Dios, aún le parecían tener un cierto grado eufemístico, cuando no de entelequia. Cosas por creer, por entender, como la enorme discrepancia entre lo que dice la ciencia y la Palabra de Dios en cuanto a la creación.
Para la ciencia, la Tierra tiene… ¿millones de años, cuántos?, si bien es cierto la falta de un criterio acertado en cuanto a la edad exacta desde su aparición. Sin embargo, estudiando la Biblia, la Tierra no pasa de tener unos pocos miles de años, y el ser humano menos. ¿Cómo se entiende esto?, se preguntaba continuamente. Aún no sabía de la perfecta voluntad de Dios, como dice su Palabra.

Un día de verano, fue a pasar unas horas a un embalse cercano a su domicilio, con la idea de disfrutar de las frescas y agradables aguas de aquél, y tomar algunos rayos de sol. Comió allí algo ligero y después de comer, sintió sueño y se quedó dormido.
Despertaba, paulatinamente abría los ojos, estaba disfrutando de la belleza que veía, entre las hojas de los árboles, entre sus copas y… se detuvo. ¡Claro!, tengo que estar bien despierto porque necesito pensar, se dijo. Estaba encontrando la razón a su pregunta, pero necesitaba aclarar más su mente. Su pregunta vital estaba cerca de ser respondida gracias a Dios, pero al mismo tiempo, su saber debía ser desarrollado.
Salomón, en su día, le pidió a Dios la sabiduría e inteligencia suficientes para saber dirigir a su pueblo. Y la tuvo, eso y mucho más.
De la misma forma, nuestro protagonista le pidió a Él, el conocimiento preciso para su dilema.

¡Vamos a ver!, se dijo. En todo interviene la voluntad de Dios antes que la humana. Siendo así, ¿por qué no creer que la ciencia, y su desarrollo, ha sido puesta por Él en nuestro beneficio? Hasta ahí llegaba su saber, estaba en lo cierto, sabía lo que la Biblia dice sobre estos temas, pero precisaba de su inteligencia, necesitaba desarrollarla, precisaba de la ayuda del Espíritu Santo, de su saber. Estaba aún en la mitad del camino.
Ya sabía de la voluntad de Dios, y esta fue clave. Sabemos, pensó, que Dios le concede al hombre el “libre albedrío”. ¿Para qué? Pues entre otras cosas, para decidir si cree en la Obra completa de Jesús o no. ¿Y para creer en lo que dice la Biblia respecto a la creación? Pues aquí está la clave, ¡también! Dios nos concede la facultad de creer en ella, según dice la Biblia, o no creer. La ciencia es sólo un medio, que él articula a su modo. Medio que Él pone a nuestro alcance para seguirla, para seguir por ese camino científico o no.
Lo cierto es que cada día, y por poner un ejemplo, los científicos encuentran más y más galaxias, mucho más grandes que la vía láctea y se han quedado mudos ante sus asombrosos descubrimientos. Mientras más avanza la ciencia, más se demuestra que la Biblia no miente y que Dios está detrás de toda la creación.
La voluntad de Dios es SIEMPRE, SIEMPRE, la que dirige y manda. El crédito, la dignidad, la gloria, honra y poder la tiene sólo Él.
Gracias Dios, por ello, y por darnos la capacidad de pensar. Gracias Espíritu Santo por ese don.
Yo sé que hoy es un día más para que yo crea y para que la ciencia confirme que Dios es el Creador.
M.G.L.

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