Una de las preguntas más frecuentes que escuchamos entre los cristianos, es acerca del “castigo” de Dios: ¿Nos perfecciona Dios por medio de las enfermedades, tragedias, pérdidas de trabajo u otros medios drásticos?
El castigo es a menudo, mal interpretado por nuestros conceptos erróneos sobre Dios.
Cuando estudiamos en su contexto, el capítulo 12 de Hebreos, hemos de tener en cuenta que el significado comienza en el versículo 1 y no en el 5; de ahí en adelante, podemos entender que el autor de Hebreos no está hablando de enviar cosas malas en nuestra contra, sino que compara nuestra resistencia hacia el pecado con lo desagradable que es recibir disciplina de nuestros padres terrenales.
Podemos ver que la corrección del Señor es como decir “la resistencia a la tentación”, lo que es comparable con la experiencia de un niño siendo disciplinado por su padre. Resistir la tentación es, a menudo, una batalla. La mente no renovada quiere hacer una cosa y el espíritu quiere hacer otra. Esa batalla desagradable es similar a la de un niño castigado o disciplinado por portarse mal. No es agradable, pero tarde o temprano traerá sus frutos.
“Pero si se os deja sin disciplina, de la cual todos han sido participantes, entonces sois bastardos y no hijos”(Hebreos 12:8)
Resistir la tentación no es placentero pero traerá su fruto. Aquellos que no resisten la tentación no se comportan como hijos. Los hijos soportan la reprensión resistiéndose a la tentación, los bastardos no; ellos no la resisten.
Jesús fue perfeccionado por las cosas que sufrió. “Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia” (Hebreos 5:8)
El sufrimiento de Jesús no fue en términos de enfermedad, ni de sufrimiento en manos de Su Padre, sino de persecución por la Palabra. Sufrió la tentación de “dejar pasar esa copa” en el huerto de Getsemaní. Él resistió hasta el punto de derramar sangre. Fue tentado en todo, pero no pecó (Hebreos 4:15). Su manera de “aprender la obediencia” es nuestro ejemplo para entender qué significa el “castigo” de Dios.
¿Cómo perfecciona Dios a sus hijos?
“Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Timoteo 3:16-17)
De este pasaje entendemos que, es posible que un hijo de Dios sea perfeccionado sin tragedias o enfermedad. Es la Palabra de Dios la que nos perfecciona. Es la Palabra la que “nos corrige” y “nos redarguye”. Conforme nos sometemos a La Palabra y la aplicamos en nuestras vidas, somos transformados en nuestro exterior, a la imagen interna que tenemos – la justicia de Dios en Cristo (2 Corintios 5:21)
¡No es nuestro espíritu renacido el que necesita ser perfeccionado! ¡Ya es perfecto! El nuevo hombre fue creado en santidad y justicia.
¡No es nuestro espíritu renacido el que necesita ser perfeccionado! ¡Ya es perfecto! El nuevo hombre fue creado en santidad y justicia.
“…y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad” (Efesios 4:24)
El perfeccionamiento debe producirse en la mente. Es nuestra mente la que necesita ser transformada.
“… Y renovaos en el espíritu de nuestra mente” (Efesios 4:23)
“No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cual sea la buena voluntad de Dios agradable y perfecta” Romanos 12.2
En la medida en que renovamos nuestra mente a la Palabra de Dios, vamos a ver que Su voluntad es “buena”, “agradable” y “perfecta”. Por lo tanto, es necesario entender el tema del castigo dentro de este contexto, porque la Palabra de Dios no se contradice.
Volviendo a Hebreos 12, vemos al autor estableciendo el contexto en los primeros versículos: “Corramos con paciencia”, “no sea que en nuestras mentes nos cansemos y desmayemos”. “No han resistido (tentación) hasta sangrar (como Jesús en el huerto de Getsemaní), luchando contra el pecado”
Por tanto, resistir a la tentación y luchar contra el pecado es el contexto del capítulo. Incluso Jesús comprobó que no era placentero resistir, y ¡luchó hasta el punto de derramar sangre!
“Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar. Porque aún no habéis resistido hasta la sangre, combatiendo contra el pecado” (Hebreos 12:3)
El autor entonces, continúa comparando esta fuerte experiencia como si fuera el castigo o la disciplina de Dios. Pero cuando soportamos el castigo (comparable con resistir la tentación), la situación es semejante a un padre lidiando con su hijo. Los hijos que no son disciplinados (hijos de Dios que no resisten la tentación), son como “bastardos” (hijos ilegítimos) y no hijos.
Él compara la lucha contra el pecado con la disciplina de un padre terrenal. Nos sujetamos a su disciplina, que si bien no es placentera, trae fruto. No es algo que trae gozo, pero vale la pena.
El estar sujeto al “Padre de los espíritus”, hace referencia a resistir la tentación mencionada previamente, a “no cansarnos ni desmayar en nuestras mentes”. Cuando resistimos la tentación, ni fácil ni motivo de gozo, pero aún así resistimos al diablo sujetos a Dios (Santiago 4:7), también experimentaremos el fruto de justicia.
El autor continúa en el verso 12 con el mismo contexto que vimos al principio del capítulo. ¡”Levantad las manos caídas, y las rodillas endebles”!, en otras palabras: ¡Aguanta! ¡Puedes resistir! ¡Puedes vencer! ¡No siempre es fácil resistir a la carne, es como ser disciplinado, pero vale la pena!
El autor sigue hablando de los pecados que debemos resistir como parte de la “corrección” del Señor, como: amargura, fornicación, o ser “una persona profana” (Hebreos 12:15-16). Nos habla de Esaú como un ejemplo de alguien que no resistió la tentación, vendió su primogenitura y fue “rechazado” porque la menospreció como un “bastardo”, no la valoró como un hijo.
Nuestra actitud hacia el pecado y la tentación revelará, si estamos siendo “disciplinados” como hijos o estamos sucumbiendo a la tentación como lo hizo Esaú, estando así sin disciplina.
Necesitamos entender que la enfermedad nunca ha perfeccionado a nadie, sino que sólo vino a hurtar matar y destruir. El Señor nos ha dado Su Palabra para perfeccionarnos, así como también los dones del ministerio quíntuple, mencionados en Efesios 4:11-14.
Recuerda, la reprensión del Señor te viene antes de haber decidido poner La Palabra por encima de tus deseos carnales y los resistes. En la medida que resistes la tentación aprendes obediencia, como Jesús lo hizo.
Ahora es posible ver cómo el autor de Hebreos se compara a sí mismo con un padre espiritual; su carta representa la corrección de Dios, Su exhortación y Su disciplina. Toda la epístola es una carta de corrección a los cristianos judíos, que estaban siendo tentados a regresar a la religiosidad de la ley y los sacrificios, en lugar de continuar viviendo por la fe en Jesucristo. En este contexto, la carta completa constituye el castigo del Señor.
“Os ruego, hermanos, que soportéis la palabra de exhortación, pues os he escrito brevemente.” (Hebreos 13:22)
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