Lucas 18; 10-14.
18:10 Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano.
18:11 El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano;
18:12 ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano.
18:13 Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador.
18:14 Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido.
18:11 El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano;
18:12 ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano.
18:13 Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador.
18:14 Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido.
En estos versículos, la palabra de Dios nos habla de dos hombres que fueron a orar al templo, uno era un fariseo y el otro un publicano.
La Palabra nos da a comprender la diferencia entre un religioso y un cristiano que acepta a Cristo en su corazón; el fariseo cumplía con sus obligaciones como fariseo, pero su corazón no estaba dispuesto a la humildad de aceptar a Cristo en su corazón. Actuaba sin amor a Dios, sin ser sincero primeramente, se engañaba a sí mismo, al creer que estaba bien la forma en que se estaba entregando a Dios.
Pero las obras sin fe y sin amor no sirven de nada.
También vemos el caso del publicano, un hombre que también fue a orar, pero la gran diferencia es que este lo hizo por una necesidad en su corazón; no era capaz de alzar los ojos al cielo, pero sí fue capaz de abrir las puertas de su corazón, y eso es lo que quiere Dios de nosotros. En este tiempo, debemos aceptar a Cristo como nuestro Salvador; Él pagó nuestros pecados en la cruz. Debemos confesarnos a Cristo con nuestras palabras y también con nuestras obras.
¿Estas dispuesto a humillarte ante Dios?
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