domingo, 15 de junio de 2014

Llamados a estar en el mundo

Una oración específica del Señor Jesús fue que Dios no nos sacara del mundo y nos protegiera del mal. Porque si salimos del mundo negamos nuestra vocación.
Yo les he dado tu palabra; y el mundo los aborreció, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.
 No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal.
 No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Juan 17:14-16

Las palabras del Señor parecen ser, a primera vista, un poco contradictorias. Por un lado afirma que el mundo ha rechazado a sus discípulos, precisamente porque pertenecen a otro reino completamente diferente. La diferencia en estilo de vida, en valores y en compromisos, todo se conjuga para poner en evidencia las faltas de los que están identificados con este presente siglo malo. El resultado es, para los que están en Cristo, conflicto y persecución.
En la siguiente frase, sin embargo, Jesús le pide al Padre exactamente lo opuesto a lo que hubiéramos pedido nosotros: que no los quitase del mundo. Es lo opuesto de lo que, instintivamente, haríamos nosotros, porque creemos siempre que lo mejor que le puede ocurrir a otro, si está dentro de nuestras posibilidades hacerlo, es que le evitemos pasar cualquier momento de dificultad. Dios nos ha bendecido para que seamos de bendición a todos los que Él pone en nuestro camino. 

Cristo aclara en su oración, que los discípulos no son del mundo. Por esta razón, no pretende en ningún momento, que se sientan cómodos en este entorno. A pesar de esto, muchos hijos del Señor están dedicados a buscar la manera de pasarlo lo mejor posible en la tierra, mientras caminan a la eternidad.
Debemos meditar, pues, en la petición que le hizo al Padre: "No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal." ¿Cuál es la razón de esta petición? La razón es que hemos sido llamados a cumplir una misión, no en otro lado, sino en esta misma tierra donde vivimos. Dios nos ha bendecido para que seamos de bendición a todos los que Él pone en nuestro camino. Como el Padre me envió, así también yo los envío ahora a ustedes. (Juan 20.21). Esta es una parte esencial del llamado de todo discípulo de Cristo.
Y no es posible cumplir este llamado si no estamos en el mundo, ¡rodeados precisamente de aquellas personas que nos rechazan! 

Debe causarnos un poco de tristeza, aunque en el fondo alegría, ver que en muchas oportunidades la iglesia se ha aislado del mundo, refugiándose en una multitud de programas cuyo objetivo es bendecir a aquellos que ya han sido bendecidos. Muchos pastores, no todos, suelen imponen este mismo estilo a los que se convierten, pero no debidamente, pues recién insertados dentro del cuerpo, comienzan a cortar todos los vínculos que tienen con la gente del mundo. Dicen que es para protegerles de la influencia de los que andan en pecado. Lo que en realidad están logrando es frustrar la oración de Cristo, que específicamente le pidió al Padre que no sacara a "ninguno de ellos" del mundo.
Más bien, deberían buscar la forma para que, estando activamente involucrados en el mundo, Dios les guarde del mal. Esto es lo que pidió Cristo, y no podemos hacer menos que Él. Si salimos del mundo, le habremos dado la espalda a nuestra vocación. Y sin vocación de servicio, no podemos ser discípulos.

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