Cierto día, mientras distribuíamos folletos con mensajes sobre el evangelio, nos encontramos con un drama humano sin igual, en medio de la miseria y el mal olor que despedía. El hombre aparentaba más de sesenta años. Cuando un chico de nuestra organización le iba a compartir la Palabra de Salvación, resultó que conocía muchos versículos bíblicos. Al profundizar más en la conversación, resultó que el mendigo había sido pastor.
Nos contó que, cuando su ministerio avanzaba victorioso y cada día evidenciaba más expansión en la ciudad, se dejó seducir por el pecado y cayó en adulterio. Abandonó su familia y el pastoreado para irse tras la mujer que finalmente, también a él le abandonó. Todo salió mal, terminó en desgracia y allí estaba frente a nuestros ojos, arrinconado, sin esperanza, viviendo de recoger desperdicios...
Si nos desprendemos de Dios, vivimos las consecuencias.
Un problema del cristiano hoy en día, es olvidar que, no sólo un día sino siempre y en todo momento, debemos estar asidos de la mano de nuestro Señor Jesucristo. Cuando dejamos de depender de Dios, comienzan las dificultades. Esto fue lo que ocurrió con uno de los reyes más prósperos de Judá. Ezequías había sido bendecido y prosperado por el Señor, pero cuando se separó del Creador, llegaron los problemas.
La Escritura dice que “A los catorce años del rey Ezequías, subió Senaquerib rey de Asiría contra todas las ciudades fortificadas de Judá, y las tomó” (2 Reyes 18:13). El monarca asirio era un gran guerrero. La historia menciona que conquistó gran parte de lo que se conoce como Arabia, Irak, e Irán, entre otros territorios. En aquella época, uno de sus orgullos fue tomar la ciudad judía de Laquis.
No podemos ceder terreno al enemigo...
Hay cristianos que tras servir al Señor, se vuelven atrás y terminan en una vida desperdiciada y pecaminosa. Le dieron espacio a Satanás, cayeron en la tentación de la mundanalidad y pagaron las consecuencias. Igual ocurrió con el rey Ezequías: “Entonces... envió a decir al rey de Asiría que estaba en Laquis: Yo he pecado; apártate de mi, y haré todo lo que me impongas. Y el rey de Asiría impuso a Ezequías rey de Judá, trescientos talentos de plata y treinta talentos de oro” (versículo 14).
Si le abrimos portillos y huecos en el vallado para que entre, el enemigo espiritual tomará ventaja. Es como un luchador tramposo; busca cualquier descuido que tengamos para atacar. Y lo hace. Si jugamos con fuego, nos quemamos. Si queremos participar de los placeres que nos ofrece la sociedad sin dejar de ser cristianos, nos engañamos y corremos el peligro de caer espiritualmente en una vida de fracaso, de la que nos sacó el Señor Jesucristo.
Lo santo no se debe profanar.
Todo aquello que consagramos a Dios, debe ser siempre para Él. Si le consagramos nuestra vida, si pactamos vivir en santidad delante de Su presencia (no en nuestras fuerzas sino con la ayuda divina), debemos conservarnos en santidad, apartados del mal...
Lo grave es claudicar a nuestra palabra, porque de nuevo nos veremos involucramos en el mundo de pecado, y le otorgamos al enemigo lo que siempre debe corresponder sólo a Dios.
Así lo hizo el rey con su opresor Senaquerib. “Dio, por tanto, Ezequías toda la plata que fue hallada en la casa de Jehová, y en los tesoros de la casa real. Entonces Ezequías quitó el oro de las puertas del templo y de los quiciales que el mismo rey Ezequías había cubierto de oro, y lo dio al rey de Asiría” (versículos 15 y 16).
Si cedemos terreno, el enemigo pedirá más...
Cuando dejamos de orar, de leer la Biblia, de congregarnos, le concedemos terreno a Satanás. Y él no desaprovecha ninguna oportunidad. Por el contrario, siempre nos pedirá más. Ezequías recibió un nuevo requerimiento de su opresor, el rey Senaquerib: "¿Cómo, pues, podrás resistir a un capitán, al menor de los siervos de mi señor, aunque estés confiado en Egipto con sus carros y gente de a caballo?” (versículo 24).
¿Qué hacer ante una situación así? Esta pregunta la oímos muchas veces. Y de entrada, aunque creamos que no, sí hay salida. Primero, es necesario que haya un arrepentimiento sincero en nuestro corazón. El segundo paso es pedir a Dios que tome control de nuestra vida...
Usted no puede seguir con esas ataduras, producto de caer de nuevo en el pecado. Corte cualquier lazo de mundanalidad que le impide caminar rectamente delante del Señor. Dios espera una entrega absoluta. Es hora de comenzar ya...
Ah, y no olvide que es necesario deshacernos de todo aquello que nos puede recordar el pasado, cuando estábamos inmersos en el pecado voluntario. Todo lo que nos evoque esa existencia miserable, debemos cortarlo y arrojar fuera todo recuerdo de ello.
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