“Pero Dios le dijo: “¡Necio! Vas a morir esta misma noche. ¿Y quién se quedará con todo aquello por lo que has trabajado?”. Así es el que almacena riquezas terrenales pero no es rico en su relación con Dios, es un necio.” (Lucas 12:20-21, Nueva Traducción Viviente)
Nació para triunfar, pero murió en la derrota; en una tarde soleada de sábado, cuando muchos de sus amigos y conocidos en el mundo artístico, se aprestaban a salir a disfrutar un día más de fiesta en un mundo rodeado de glamour, riqueza y trivialidad. Un final abrupto, absurdo, sin pensarlo.
“El mayor demonio soy yo. Puedo ser mi mejor amiga o mi peor enemiga”, dijo Whitney Houston en una entrevista televisiva, al referirse a su adicción a la cocaína, marihuana y las píldoras. (17/09/2002)
Comenzó a cantar a los once años en una Iglesia Bautista en Newark, Nueva Jersey. En esa etapa de su vida, nunca faltaron ni la Biblia en la mesita de noche, ni tampoco las enseñanzas de sus padres.
Durante la adolescencia formó parte de los coros orquestales de ciertos famosos, al mismo tiempo que trabajaba como modelo. Alguien escuchó su voz, a criterio de muchos verdaderamente prodigiosa, y consideró que estaba frente a una estrella en potencia.
Lanzó su primer álbum en 1985, que se convirtió en un éxito. Y en 1992 interpretó “El guardaespaldas” a la que siguieron dos películas más en 1995.
Cuando estaba en la cumbre de la fama, también alcanzó el pico más alto de sus adicciones: “Las drogas eran parte de mí, día a día. Hacía mi trabajo, pero después, durante un año o dos, consumía cocaína o marihuana todos los días. No era feliz, me estaba perdiendo” (Entrevista en la televisión norteamericana, en el 2009).
Wihtney Houston fue encontrada por su estilista personal el 11 de febrero de 2012, en una bañera del Hotel Hilton, de Beverly Hills, en el Condado de Los Ángeles.
“La artista era consumidora de Xanax, medicamento que consumía para controlar la ansiedad antes de acudir a fiestas, y el viernes había trasnochado e ingerido mucho licor. Los efectos del medicamento y la mezcla del alcohol pudieron dejarla inconsciente mientras tomaba el baño”, registró un despacho internacional de noticias (Agencia Efe. 12/02/2012)
Se fue para siempre. Partió a la eternidad sin pena ni gloria. Desechó la vida espiritual en la mejor etapa de su vida y partió a la eternidad distante, sin Dios en su existencia… De nada sirvieron la fama, la riqueza y la belleza: no era feliz.
Whitney Houston no fue la única que partió a la eternidad, en el que pudiera ser su mejor momento. Otros famosos, sin felicidad en su existencia, también emprendieron el viaje sin retorno y sin Cristo.
Como Billie Holiday, que murió a los 44 años, después de arrastrar por mucho tiempo la adicción a los estupefacientes y la heroína. Era hermosa y con una voz prodigiosa. Falleció el 17 de julio de 1959. La famosa intérprete de Jazz falleció arruinada, abandonada por sus amistades y sin un solo contrato a la vista.
Otra famosa, Janis Joplin, murió por una sobredosis, en condiciones muy similares a las de Marilyn Monroe, bajo una permanente sensación de soledad.
Y uno de los casos más sonados y recientes, fue la muerte de la también famosa, Amy Winehouse, por consumo excesivo de alcohol tras un considerable período de abstinencia.
La fama, el dinero, la belleza y, en cierta medida, la juventud, no trajeron felicidad a estas vidas. Partieron a la eternidad sin Cristo, con un profundo vacío en su corazón.
Los seres humanos tenemos la inclinación de vivir el momento, y olvidarnos de Dios y de las responsabilidades que acarrean nuestras acciones. El hombre con solidez económica, se despreocupa de la vida espiritual porque cree que “lo tiene todo”; la mujer con una buena posición social, desestima a los demás porque tiene “reconocimiento y fama”, mientras que el joven experimenta una vida desenfrenada bajo el convencimiento de que “juventud sólo hay una”.
Y olvidamos que nada es para siempre; todo es transitorio, efímero. La riqueza, la fama y la juventud se van rápidamente, como agua entre las manos.
El Señor Jesús compartió una parábola, que nos lleva a reflexionar sobre lo verdaderamente importante: nuestra vida, no sólo ahora sino en la eternidad: Un hombre se le acertó a pedirle que dirimiera la diferencia que tenía con su hermano, quien no quería darle parte de la herencia: “Y luego dijo: ¡Tengan cuidado con toda clase de avaricia! La vida no se mide por cuánto tienen. Luego les contó una historia: Un hombre rico tenía un campo fértil que producía buenas cosechas. Se dijo a sí mismo: “¿Qué debo hacer? No tengo lugar para almacenar todas mis cosechas”. Entonces pensó: “Ya sé. Tiraré abajo mis graneros y construiré unos más grandes. Así tendré lugar suficiente para almacenar todo mi trigo y mis otros bienes. Luego me pondré cómodo y me diré a mí mismo: "Amigo mío, tienes almacenado para muchos años. ¡Relájate! ¡Come y bebe y diviértete!”. Pero Dios le dijo: “¡Necio! Vas a morir esta misma noche. ¿Y quién se quedará con todo aquello por lo que has trabajado?”. Así es el que almacena riquezas terrenales pero no es rico en su relación con Dios, es un necio.” (Lucas 12:13-21, Nueva Traducción Viviente)
El mañana es incierto. Nada determina que usted llegará al otro día. Es la realidad. ¿Qué hacer? Ponernos a cuentas con Dios.
Debemos estar preparados siempre para dar cuentas a Dios de lo que hacemos. Esto nos lleva a evaluar cómo anda nuestra relación con Él, nuestra relación con el cónyuge y con los hijos, y en general, cómo es nuestra relación con otras personas. Es posible cambiar y hacer los ajustes que requerimos para una vida mejor. Todo parte de una decisión: recibir a Jesucristo en el corazón y permitir que sea Él quien guíe nuestros pasos. Es una decisión de la que no se arrepentirá jamás.
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