Según la mitología griega, Narciso era un bello joven que despertaba la admiración de hombres y mujeres. Pero su arrogancia era tal, que rechazó a numerosas pretendientes, hasta que una de las despechadas anheló venganza. Y ese anhelo se cumplió cuando un día Narciso se acercó a una fuente, y al ver su imagen reflejada en el agua, quedó fascinado de la misma, al extremo de auto-enamorarse. Unas versiones dicen que en su ensimismamiento, Narciso cayó al estanque y murió ahogado.
Bien sabemos que esto es pura mitología, pero lo que sí es real es que, aún en nuestros días, se mantiene el término "narcisista" para definir a la persona ególatra, aquella que se ama en demasía.
Ejemplos clásicos de narcisistas se han repetido a lo largo de la historia, sobre todo en personajes que han ostentado gloria, fama, riquezas materiales, y poder, desde reyes y reinas, condes y condesas, hasta magnates, presidentes, artistas y más figuras públicas, a quienes ni siquiera la muerte les libera del fanatismo que despiertan en los demás. No olvidemos que incluso sus restos mortales han ido a parar a esos mercadillos a los que muchos coleccionistas acuden, para disputarse un mechón de cabello, una prenda de vestir,... un artículo cualquiera de su ídolo.
Querid@ amig@: Los adultos debemos enseñarles a nuestros chicos y jóvenes, que cuando una persona peca de vanidad, orgullo o vanagloria, se está venerando a sí mismo con un sentimiento enfermizo, lo cual desagrada de plano a Dios, quien es el único que merece todo honor y toda gloria.
Debemos prevenir a los niños y jóvenes, de que no acerquen mucho sus alas a ese fuego del narcisismo personal, o de que no practiquen una admiración irracional como narcisistas, cuyos pósters y souvenires los jóvenes exhiben en cualquier lado, empezando por su corazón.
La Sagrada Escritura, dice :
“PORQUE NADA DE LO QUE HAY EN EL MUNDO, LOS MALOS DESEOS DEL CUERPO, LA CODICIA DE LOS OJOS Y LA ARROGANCIA DE LA VIDA, PROVIENE DEL PADRE, SINO DEL MUNDO.”
(1 Juan 2:16)
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