viernes, 28 de febrero de 2014

Él nos amó primero

Nosotros amamos porque Él nos amó primero. Si alguien dice: "Yo amo a Dios," pero aborrece a su hermano, es un mentiroso. Porque el que no ama a su hermano, a quien ha visto, no puede amar a Dios a quien no ha visto. Y este mandamiento tenemos de Él: que el que ama a Dios, ame también a su hermano.
(1Juan 4:19-21 NBLH)

Un dicho muy popular, que expresa el cinismo propio de los hombres sin Dios es: “Mientras más conozco al hombre, más quiero a mi perro”. La frase tiene como origen el pecado. Pecado que el mundo niega como doctrina en sí, pero que se reconoce en frases expresadas por el mundo llenas de cinismo. El ser humano, implícito en la frase, es un desperdicio de posibilidades, y sus pasiones, conducta y ambiciones le convierten en un ser tan degradado, que resulta ser mucho peor que una simple mascota.
Sin embargo, esto no es más que una media verdad. No se trata de un enunciado con propósitos epistemológicos (conocimientos científicos), sino éticos; no se busca establecer la verdadera naturaleza del hombre, sino establecer su pretexto para no amar.

La Escritura insiste en la depravación universal del hombre, que no hay justo ni aún uno, que no hay hombre que entienda, ni hay ser que busque a Dios. Pero al mismo tiempo, la Escritura recuerda que este hombre degradado, lleva en su composición la imagen de Dios y es objeto de su amor inmerecido. En la miseria, en su ceguera y en la enemistad del hombre, Dios mismo intervino para compartir nuestro sufrimiento, nuestra falta de amor; Jesús el Cristo tomó el madero y escogió morir por nuestra causa. Dios, que ha conocido plenamente al hombre, ha amado generosamente al mismo.
Aquellos que han sido alcanzados por su Gracia, habiendo gustado del amor y la misericordia del Señor, han sido transformados para amar y tener misericordia. Pueden discernir (a uno y a otro) profundamente al ser humano, conocerle y tener contacto con su lado más oscuro. Son conscientes de su depravación y su mal corazón, y precisamente, al reconocer su estado de necesidad, le consideran objeto de su amor. El verdadero cristianismo no puede estar de acuerdo con frases como la que dice: “Mientras más conozco al hombre, más amo a mi Perro”, porque el verdadero cristianismo ha encontrado la verdad por la cual “mientras más conocen a Dios, más aman al hombre”.

Si alguien dice: "Yo amo a Dios," pero aborrece a su hermano, es un mentiroso.

La religión puede ser muy peligrosa en este asunto. La historia está llena de hombres que han hecho cosas perversas contra su prójimo argumentando también amor a Dios. Pero la Escritura dice que esto no es factible. De ella se entiende que, el único modo en que alguien puede unir una declaración de “Amor a Dios” con ausencia de amor por su hermano, es mintiendo.

La razón la expone Juan seguidamente: Porque el que no ama a su hermano, a quien ha visto, no puede amar a Dios a quien no ha visto. En otras palabras, amas lo que conoces, lo que ves. Un encuentro auténtico con Dios nos lleva a amarle, y el amarle nos lleva a amar al prójimo. El encuentro de Zaqueo con Jesús le llevó a compartir con los pobres; el encuentro de Pablo con Jesús le llevó a ofrendar su vida. El que no ha encontrado a Dios verdaderamente, quien no ha visto a Jesús verdaderamente, quien no ha sido transformado, influenciado, ganado por su belleza, santidad y amor, no puede amar de ese modo. Si se es una persona educada, se puede saludar respetuosamente o ceder el asiento en el autobús, pero no amar como Jesús; si es una persona disciplinada podrá asimilar los hábitos de la moral cristiana, no se embriagará ni dirá palabrotas, pero no tiene por qué amar a su hermano. La evidencia es que no puede amar a los que ve porque no ha conocido realmente al que no se ve.

Realidad y Ley
Y este mandamiento tenemos de Él: que el que ama a Dios, ame también a su hermano.

Las leyes de Dios manifiestan su carácter. Son los propósitos de Dios para el hombre. ¿Le conoces? Entonces sabes que esto es lo que a Él le agrada, y a causa de la obra que está haciendo en ti, es lo que a ti te agrada y lo que deseas llegar a hacer. Sus mandamientos no son gravosos porque son las habilidades de nuestra “nueva programación”. Robertson Mackwilkin usa esta figura para ilustrar las consecuencias del pecado y la obra redentora: "El pecado es como un virus que infecta a un sistema informático, sistema que ilustra nuestra vida. El software del amor no corre bien en el hombre natural, pero cuando Jesús nos cambia el disco duro y nos pone los programas originales, de nuevo podemos amar y obedecer la voluntad del Señor."

“El que ama a Dios”, no el que “dice amar a Dios”, sino el que verdaderamente tiene un nuevo corazón, un nuevo disco duro, debe amar también a su hermano, porque ahora ha sido capacitado para vivir en la vida abundante que Cristo ha venido a dar."

Amar, entonces, no es una obra de la carne sino una manifestación de la gracia de Dios en nosotros. 

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