viernes, 28 de febrero de 2014

Ama a los demás como a ti mismo


Olimpiadas de Seattle. 

Se encontraban diez competidores dispuestos en la línea de salida de la carrera de los 100 metros lisos, Algunos de ellos eran "discapacitados" mentales y otros físicos. Suena el disparo de salida y comienzan a correr. No lo hacían de forma ordenada y respetando sus carriles, como hacen los atletas profesionales, aunque si algo tenían en común con éstos, era el gran entusiasmo que todos mostraban por llegar primeros a la meta; bueno..., no todos, todos menos un pequeño niño con problemas de motricidad en sus piernas. Éste tropezó en el asfalto a la mitad de la carrera, cayó y comenzó a llorar sin consuelo; era un llanto de angustia... de impotencia. Los otros nueve, que se habían adelantado al que hasta hacía unos segundos era un rival a vencer, oyendo su llanto miraron hacia atrás y comenzaron a detenerse. Luego, uno a uno, se fueron dando la vuelta y se dirigieron hasta donde estaba el pequeño caído. Una joven con síndrome de Down, se sentó junto a él en el suelo, le abrazó y le dijo: "¡no llores, estarás bien!", y le dio un beso. Con la ayuda de los otros nueve se levantó y llegaron todos juntos a la meta, caminando tomados de los brazos. Y como no podía ser de otra manera, todo el estadio se puso de pie para aplaudirles. 
Aunque ya pasaron algunos años de esto, las personas que estuvieron presentes recuerdan con mucha emoción, lo sucedido ese día en la pista de atletismo.

¿Te imaginas si los cristianos tuviéramos esta clase de amor,
compasión y preocupación por los demás?


En estos tiempos que vivimos, muchos de nosotros sólo buscamos el bien personal. Y cuando vemos a un hermano/a caído en el suelo, sin fuerzas para levantarse, instintivamente lo primero que hacemos es compararnos con él, criticar y después nos alejamos sin darle un consejo, una palabra de aliento,... o una simple oración de intercesión por su vida. Nos hemos vuelto muy rápidos para encontrar defectos en el otro y para correr hacia la meta intentando ser los únicos ganadores. Muchos de nosotros, no todos, porque también hay creyentes que son verdaderos ejemplos a seguir, así como lo fueron estos pequeños de la historia.

Sería muy bueno que hoy mismo dediquemos unos minutos a meditar en nuestras acciones. Seguro que podemos dar mucho más amor del que nos imaginamos. 
Cuando veas que alguien se cae, no sigas corriendo, date la vuelta y acércate hasta él, abrázale, dale aliento, dale un beso y ayúdale a levantarse para que pueda llegar junto a ti a la meta.
Permitamos que el amor del Señor pueda ser derramado fuera de nosotros y llegue a cada corazón necesitado. Sirvamos a Dios de la forma que Él desea que le sirvamos, brindando a los demás ese tipo de amor y compasión que mostraron esos niños pequeños "especiales".


 "Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, 
que también os améis unos a otros. 
En esto conocerán todos que sois mis discípulos, 
si tuviereis amor los unos con los otros". 
Juan 13:34-35

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