jueves, 9 de enero de 2014

Vuelo por instrumentos

Ocasionalmente supe la increíble aventura, corrida hace unos cuantos años, de un piloto civil que pilotaba su propio avión durante una noche de gruesos nubarrones, y que estuvo a punto de estrellarse.
Volaba en una densa noche sin luna, sobre una espesa formación nubosa. Desde la Tierra las personas no podían ver las estrellas, pero en su avión particular podía volar casi entre ellas. Arriba, un cielo espectacular lleno de estrellas. Por debajo, un denso mar de nubes.
Así estuvo volando más de una hora, hasta que salió de la formación nubosa, y para su amarga sorpresa, en lugar de aparecer las luces de la ciudad y la potente antorcha del faro cerca de la costa, se hallaba en medio del mar.
Invadido por el desconcierto, la angustia y la desesperación, comenzó a llamar frenéticamente por la radio del avión hasta que un barco le respondió y le proporcionó los datos de su posición. Se encontraba a trescientos kilómetros mar adentro, al este de la ciudad de destino. Con el combustible justo alcanzó a regresar y llegar sano y salvo, sin estrellarse en el medio del mar.
¿Qué había sucedido? En aquella época las comunicaciones no estaban tan avanzadas ni informatizadas como en la actualidad, pero sí existían radiofaros y sistemas de posicionamiento locales, que a través de los instrumentos del avión, proporcionaban a los pilotos datos precisos y suficientes sobre su posición, rumbo y altitud. Sin embargo, nuestro piloto, en un exceso de confianza en sí mismo y en su experiencia, había decidido guiarse sólo por su intuición e instinto; tan solo había dejado liberada la navegación a su propio parecer en una noche densa y oscura. Sin tener las luces de la ciudad como punto de referencia, un viento de cola le había empujado a gran velocidad, a trescientos kilómetros de la costa sin poder percatarse de ello.
Y así somos muchas veces los creyentes. A menudo, olvidamos el hecho de que somos simples seres inmersos en la densa oscuridad de un mundo, en el que gruesos nubarrones nos tapan permanentemente las luces de nuestra Ciudad de Destino. Los vientos, espirituales, nos empujan de aquí para allá sin que podamos percatarnos de ello. Nuestro parecer con frecuencia nos engaña, nuestras emociones se equivocan, y es más fácil de lo que podamos imaginar perder el rumbo. No es de extrañar que aún los más experimentados creyentes a veces tengan dificultades con esto.
Por esta razón, nuestro amado Dios nos ha dejado un poderoso tablero de instrumentos, un verdadero manual de navegación para cruzar las regiones celestes sin perderse y sin estrellarse en el intento: La Biblia, su Palabra.
Aunque a veces no le entiendas, aunque a veces lo que diga te parezca disparatado y sin razón, aunque a veces lo que Dios dice y te ordena está totalmente fuera del mapa de tus pensamientos y de tu racional parecer, continúa leyendo, continúa confiando, continúa obedeciendo. Más adelante, en algún punto de tu recorrido hallarás aliviado cuánta razón tenía, o bien acudirás desesperado por auxilio, como el piloto guiado por su propio parecer.
Los hombres somos generadores de circunstancias, y Dios es trazador de destinos. 

¡Cuán dulces son a mi paladar tus palabras!
Más que la miel a mi boca. De tus mandamientos he adquirido inteligencia;
Por tanto, he aborrecido todo camino de mentira.
Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino.

(Salmos 119:103-105 RV60)
 

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