Puede que alguna vez hayas experimentado vergüenza al pecar o fallarle al Señor; el temor y la indignación que invade tu espíritu es tan grande, que difícilmente se puede disimular la tristeza que genera tal experiencia. Lo impresionante es que, si realmente eres un hijo de Dios, cuando le fallas, el Espíritu Santo trae a tu corazón la convicción de que has pecado, e inmediatamente sientes la necesidad de humillarte y rendirte a sus pies para clamar por su perdón y su misericordia, y Él en su infinita gracia te recibe con sus brazos de amor y bondad, sin preguntarte por qué o qué hiciste; tan solo mira tu corazón y se agrada de tu sincero arrepentimiento.
¡Cuán maravilloso es nuestro Dios! “Tú no te deleitas en los sacrificios ni te complacen los holocaustos; de lo contrario, te los ofrecería. El sacrificio que te agrada es un espíritu quebrantado; tú, oh Dios, no desprecias al corazón quebrantado y arrepentido”. Salmo 51:16-17 (Nueva Versión Internacional).
No existe ningún pretexto para alejarnos de la presencia de Dios. Si realmente nos hemos arrepentido de nuestros pecados y hemos recibido el perdón que, por fe y por gracia, nuestro Padre nos concede en Cristo Jesús, no tenemos por qué alterarnos por lo que los demás puedan opinar de nosotros, por las maldiciones que puedan proclamar con sus labios en contra nuestra o por el señalamiento de las faltas que Jesucristo ya borró con su divina sangre. “Yo soy el que por amor a mí mismo borra tus transgresiones y no se acuerda más de tus pecados”. Isaías 43:25 (Nueva Versión Internacional).
Lo más importante es que ahora estamos reconciliados con el Señor y que nuestro propósito diario es intentar dejar de pecar por amor al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. “Los que son de Cristo Jesús han crucificado la naturaleza pecaminosa, con sus pasiones y deseos”. Gálatas 5:24 (Nueva Versión Internacional). Debemos estar atentos porque Satanás anda como león rugiente buscando a quien devorar (1 Pedro 5:8); recuerda que su principal objetivo es hacer que nos apartemos de Dios, así que, abre bien los ojos y ponte alerta, porque tal vez aquellos que te condenan y te juzgan cuando caes en tentación son enviados suyos. No les des gusto, no les des importancia; que te importe no fallarle a Dios, que te importe lo que Él piensa de ti y no lo que pueda pensar otra persona posiblemente más carnal que tú.
Sigue adelante con las obras que Dios ha trazado para ti, aférrate cada vez más a su diestra poderosa, busca su presencia, busca hacer su Voluntad, disfruta de una relación genuina con Él y procura seguirle en todos sus caminos. Él se encargará de los que pecan hablando lo que no saben acerca de ti y de tu relación con Él.
Hay que orar sin cesar, sumergirnos en la Palabra de Dios, meditar en ella de día y de noche para que podamos fortalecernos en sus propósitos, y así seguir siendo perfeccionados por la mano del Señor Jesucristo hasta el día en que nuestro Padre decida enviar por nosotros. “Fijemos la mirada en Jesús, el iniciador y perfeccionador de nuestra fe, quien por el gozo que le esperaba, soportó la cruz, menospreciando la vergüenza que ella significaba, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios”. Hebreos 12:2 (Nueva Versión Internacional).
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