– ¿Hacia dónde va?
El joven le dijo:
– ¿Quiere que le ayude?
– Puedo solo.
Sin llegar a comprender la falta de cortesía de la respuesta, siguió caminando y se encontró con otro hombre que iba cargando un montón de leña, atada con una cuerda. El joven, que le veía, le dijo: -¿Hacia dónde va?
– La llevo a mi casa al otro lado de ese cerro.
– ¿Quiere que le ayude?
El hombre accedió, el joven tomó la cuerda y cargó la leña.
Poco habían caminado, cuando el hombre, en su machismo, quiso demostrar que podía solo, por lo cual volvió a cargar la leña. Pero el joven siguió caminando a su lado, pensando que quizás más adelante necesitara de su ayuda. Efectivamente, tiempo después el hombre ya no soportaba el peso de la leña y se la volvió a entregar al joven, pero al rato, ya sintiéndose mas descansado, volvió a tomar la carga y finalmente la llevó hasta su casa.
Aún sorprendido por la actitud del hombre, el joven retomó su camino y se encontró ahora, con otro trabajador que llevaba un pesado costal de arena. Se acercó a él y le preguntó: – ¿Hacia dónde va?
– Tengo que llevárselo a mi capataz, que vive a 5 kilómetros de aquí.
El joven preguntó: – ¿Quiere que le ayude?
– ¡Oh sí, gracias, yo ya no puedo con esta carga!, y se la entregó.
El hombre y el joven fueron conversando animadamente por el camino y finalmente pudieron entregar el costal de arena al jefe.
Seguramente te sorprenderá la terquedad de esos hombres, que aunque no podían soportar el peso que tenían que llevar, tampoco querían aceptar ayuda. Pues resulta llamativo que muchas veces hacemos lo mismo en nuestra relación con Dios.
¿Con cuál de los tres hombres de la historia te identificas? En determinadas ocasiones reaccionamos de la misma manera que ellos. Algunas veces nos parecemos al primer hombre y queremos resolver nuestros problemas solos, y en nuestra autosuficiencia, confiamos más en nuestra sabiduría y experiencia que en la ayuda de Dios. Otras veces, obramos como el segundo, permitimos que nos ayuden pero hasta un cierto límite, porque creemos que lo demás podemos hacerlo nosotros mismos. Y son pocas las veces, que le entregamos todas nuestras cargas para que Él se ocupe de ellas.
Lo mas sabio sería imitar la actitud del tercer hombre, entregándole cada día a Dios todo aquello que nos aflige, que nos quita el sueño y la paz. Dejemos de preocuparnos y creamos más en Él, depositemos nuestra confianza y fe en Aquel que nunca nos fallará y que prometió estar con nosotros hasta el fin de nuestros días.
No tengas miedo, porque yo estoy contigo; no te desalientes, porque yo soy tu Dios. Te daré fuerzas y te ayudaré; te sostendré con mi mano derecha victoriosa. Isaías 41:10 (NTV)
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