“Mas yo esperaré siempre, y te alabaré más y más. Mi boca publicará tu justicia y tus hechos de salvación todo el día, aunque no sé su número. Vendré a los hechos poderosos de Jehová el Señor; haré memoria de tu justicia, de la tuya sola. Oh Dios, me enseñaste desde mi juventud, y hasta ahora he manifestado tus maravillas. Aun en la vejez y las canas, oh Dios, no me desampares, hasta que anuncie tu poder a la posteridad, y tu potencia a todos los que han de venir, y tu justicia, oh Dios, hasta lo excelso. Tú has hecho grandes cosas; oh Dios ¿quién como tú?”
El Salmo 71 tiene la particularidad de ser la oración de un anciano. Su autor expresa la confianza y la necesidad que tiene del refugio y la protección de Dios. En él se exalta el poder y la magnificencia de Dios, además de que el autor testifica cómo el Señor le ha guiado y ha estado con él desde su juventud.
Personalmente, aunque soy joven me identifico con la súplica de este salmista. Mi petición a Dios es cada día poder ser mejor hijo para él, mejor cristiano, ser humano, persona, amigo, hermano e hijo con mis padres. Sinceramente, y desde lo más profundo de mi corazón, deseo ser un adorador sin reservas y un hombre que en cada acto de su vida, refleje el amor y la sabiduría que sólo provienen de Dios. Deseo que Dios pueda sonreír por mí y sentirse orgulloso de saber que todo lo que trato de ser y hacer es para su gloria y honra.
En este salmo, el versículo 6 dice: “En ti he sido sustentado desde el vientre; de las entrañas de mi madre tú fuiste el que me sacó; de ti será siempre mi alabanza”. Y precisamente esas palabras las tomo como si fueran mías y se las digo a Dios porque sé que mi vida le ha pertenecido desde el principio. Siempre le he pedido que el día que no vaya a cumplir con Su voluntad en mi vida, que ese día será mejor que me recoja y me lleve a su santa presencia. Porque mi vida carece de sentido si Dios no la dirige. Porque Él es todo para mí; y aunque yo no tuviera entonces capacidad allí en el vientre de mi madre, sus ojos me miraron y mi alma le conoció.
Quiero que mi alabanza sea siempre para Él. Y por eso parte de mi adoración implica escribir. No sé si las personas lo llegarán a entender, pero mi expresión hacia Él, en estos momentos especiales de intimidad en los que me refugio en su presencia y encuentro paz y descanso, es escribir. Escribo no porque sepa mucho, o tenga grandes capacidades, no, lo hago porque es mi forma de manifestarle el amor y la gratitud que siente mi corazón al sentirse protegido, amado y cuidado por Él. Y comparto lo que escribo con quien lo quiera leer, porque pienso que sería egoísta por mi parte, no dar una palabra oportuna que Dios me ha regalado, para adorarle, y más cuando alguien de verdad necesita leerla.
Y aunque me importa la gramática y trato de hacerlo con perfección, lo que me mueve es saber que Dios se agrada de lo que hago y que lo utiliza para su gloria y honra, para que otras vidas también puedan ser ministradas. Yo digo que prefiero estar un día en su presencia que mil fuera de ella. Y me ha costado, he tenido que pagar un alto precio para poder ser utilizado, porque aquellos que anhelan ser la diferencia tienen que estar expuestos a los riesgos. Hay que aprender a negarse a uno mismo, y muchas veces nuestra carne batalla con el espíritu. Pero puedo testificar que su gracia y misericordia nunca se han apartado de esta humilde vasija que soy.
Sólo soy una vasija de barro que Dios se dignó en mirar y considerar. No tengo nada de impresionante, pero su amor y su luz causan la diferencia a esta vasija. Cualquier brillo, cual matiz que les parezca hermoso a quienes ven en mí algo especial, es sólo el toque hermoso de la mano del mejor Alfarero y Maestro. Y cada día le pido a Dios que me dé fuerzas, que me ayude a mantenerme en integridad. Que envejezca envuelto en su presencia para así algún día poder encontrarme con Él en la eternidad.
Les animo a seguir adelante, no permitan que el enemigo les robe lo que le pertenece sólo a quien les creó y amó desde siempre. Dios es nuestro faro y lumbrera. Él no mira lo que el hombre ve, ni tiene tratos preferenciales. Dios no hace excepciones ni mira las posiciones sociales. Dios examina tu corazón, y si ve que tú realmente quieres hacer algo para Él, te utiliza para su gloria y te honra en lo que sea que hagas o para lo que te haya llamado.
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