martes, 15 de octubre de 2013

Compasión - Reflexiones, Meditación

A veces pienso que vivimos en medio de un pueblo cristiano que no conoce o no utiliza la palabra compasión. Estamos tan acostumbrados a ser duros con las personas, a darle la espalda a los que pecan y son descubiertos, a desechar a aquellos que ya no nos son útiles, que sin darnos cuenta convertimos el cristianismo en un “club exclusivo para perfectos”.

Yo no soy perfecto, pero sí soy perdonado y estoy siendo transformado cada día de mi vida; y esa obra que Dios comenzó cuando le abrí mi corazón, acabará el día en que Él venga por nosotros.

Siendo sincero, me costó mucho poner en práctica la palabra compasión. Crecí en un ambiente cristiano en el que me exigían constantemente la perfección en todo, sin que se apreciara que lo intentara, por ejemplo, en mi manera de vestir, en mi manera de hablar, de comportarme e incluso de peinarme el cabello; era tal la insistencia, que al ver que otros no cumplían con dichos requisitos tendía a pensar que no eran cristianos o que no habían tenido un encuentro real con Dios.

Y fui muy duro con algunas personas que “no daban la talla”, según yo, pero hoy en día me doy cuenta de lo equivocado que estaba, de lo duro que fui sin tener ninguna razón para serlo y de los errores que cometí pensando que hacía lo correcto.

A veces, con nuestros inventos sobre la vida cristiana, lo único que hacemos es cerrarle la puerta a las personas para que conozcan de Jesús; al inventar un estándar tan elevado de vida cristiana, lo único que hacemos es que la gente se dé cuenta de que no podrá llegar a “ese nivel” que predicamos, y con ello lo que la gente hace en vez de acercase a Dios, es alejarse y darse cuenta de que no pueden pertenecer a ese grupo de personas “super-perfectas”.

Yo predico un evangelio no para los perfectos, sino para los que no lo somos, para aquellos que reconocemos que necesitamos de Dios cada día, para aquellos que reconocemos que cada día es una oportunidad más para intentar agradar a Dios y que si en algún momento fallamos, tenemos, gracias a su misericordia, la oportunidad de reivindicarnos e intentar ser mejores para Él. Pero esa intención sólo puede nacer de un corazón agradecido y que ama al Señor; no por una imposición ni por una amenaza, sino por una decisión que proviene de darse cuenta de lo que Dios ha hecho, está haciendo y hará en nuestra vida.

¿Cómo estás tratando a los que les cuesta agradar a Dios? ¿Estás desechando a los que pecan? ¿Les das la espalda a los que fallan? ¿Te olvidas de los que un día te fueron útiles para la obra pero ahora ya no? ¿Cómo es tu actitud hacia esa clase de personas que no llevan el “estándar” que crees?, ¿les ignoras?, ¿les desprecias?, ¿les cierras las puertas?...

A veces deberíamos reflexionar un momento en nuestras actitudes hacia nuestro mismo pueblo, hacia nuestro mismo cuerpo, porque estamos siendo demasiados duros; en lugar de restaurar, estamos terminando de sepultar, en lugar de levantar, los dejamos en el suelo, no estamos teniendo compasión por la gente.

Pero al leer la Biblia deberíamos tomar ejemplo de nuestro Señor Jesucristo, en cuanto a su compasión hacia las personas:

Compasión por los perdidos y confundidos:
“Y al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor.” Mateo 9:36 (Reina-Valera 1960)

Compasión por los enfermos y necesitados:
“saliendo Jesús, vio una gran multitud, y tuvo compasión de ellos, y sanó a los que de ellos estaban enfermos.” Mateo 14:14 (Reina-Valera 1960)

Compasión por los hambrientos y débiles:
“Y Jesús, llamando a sus discípulos, dijo: Tengo compasión de la gente, porque ya hace tres días que están conmigo, y no tienen qué comer; y enviarlos en ayunas no quiero, no sea que desmayen en el camino.” Mateo 15:32 (Reina-Valera 1960)

Si queremos vivir y reflejar un verdadero evangelio, tenemos que tener compasión de la gente. No se trata de ignorar sus pecados o de acariciarlos, ni mucho menos de felicitar a los que fallan, se trata de compresión, de amor, de ayuda, de restauración. ¡De eso se trata! Pero para obrar así necesitamos primero tener compasión
.
Hay un consejo que el Apóstol Pablo da a los Gálatas, que deberíamos tener muy presente a la hora de juzgar o querer reprender las acciones de otros. El Apóstol Pablo aconsejó lo siguiente:

“Amados hermanos, si otro creyente está dominado por algún pecado, ustedes, que son espirituales, deberían ayudarlo a volver al camino recto con ternura y humildad. Y tengan mucho cuidado de no caer ustedes en la misma tentación. Ayúdense a llevar los unos las cargas de los otros, y obedezcan de esa manera la ley de Cristo. Si te crees demasiado importante para ayudar a alguien, sólo te engañas a ti mismo. No eres tan importante. Presta mucha atención a tu propio trabajo, porque entonces obtendrás la satisfacción de haber hecho bien tu labor y no tendrás que compararte con nadie. Pues cada uno es responsable de su propia conducta.”
Gálatas 6:1-5 (Nueva Traducción Viviente)

Quiero invitarte a dejar de desechar o ignorar a los que fallan, a los que pecan, a los que realmente les cuesta ser fieles a Dios; en su lugar ayúdales, ámales, ten ojos de compasión para ellos, restáurales con ternura y humildad, sabiendo que en cualquier momento nosotros también podemos cometer errores semejantes.

Trata a cada persona como te gustaría que te trataran si estuvieras en su lugar, no olvides que estamos aquí para restaurar, para ayudar, y no para criticar y derribar.

Vivamos cada día sabiendo que cada uno de nosotros tenemos facetas difíciles de sobrellevar, que a lo mejor no son públicas, puede que nadie las sepa, son privadas. Tengamos por ello compasión los unos de los otros; en vez de criticarnos entre nosotros, ayudémonos a salir adelante de todo y con ello agradar a Dios.

Si ves a alguien que ha caído, no le pisotees ni le ignores, detente, extiende tu mano, levántale, ayúdale a curar sus heridas y llévale nuevamente a la cruz del calvario para que Cristo pueda restaurar esa vida nuevamente y por completo, y entonces comenzarás a hacer lo que Dios quiere que hagamos nosotros sus hijos, pues somos hermanos e hijos de un mismo Padre. Tratémonos y vivamos como tales.

¡Ten compasión!

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