La Práctica de
la Presencia de Dios -
3ª Conversación de Nicolás Herman, el
Hermano Lorenzo, con Fray José de Beaufort, representante del arzobispado local
de un monasterio de Francia hace más de 300 años.
El
Hermano Lorenzo me dijo que el fundamento de su vida espiritual había sido la
adquisición por fe de un elevado concepto y valoración de Dios; y una vez que
lo hubo adquirido, ya no tuvo ningún otro cuidado que el de rechazar fielmente
todo otro pensamiento, para poder así hacer todo por amor a Dios. Que cuando no
tenía ningún pensamiento acerca de Dios por un cierto tiempo, no se inquietaba,
porque después de haber reconocido delante de Dios este lamentable hecho,
volvía a Él con una confianza mucho mayor.
Dijo
que la confianza que ponemos en Dios honra al Señor enormemente, y hace
descender sobre uno grandes gracias. Que era imposible no solamente engañar a
Dios, sino que también era imposible que un alma sufriera por largo tiempo, si
es que estaba perfectamente rendida a Él y resuelta a soportar cualquier cosa
por amor a Él. De esta manera, el Hermano Lorenzo había experimentado
frecuentemente el pronto socorro de la Gracia Divina. Y debido a su experiencia
con la gracia de Dios, cuando tenía un trabajo para hacer, no pensaba en él de
antemano, sino sólo cuando llegaba el momento de hacerlo, y encontraba, como
reflejado en Dios (como en un espejo claro), todo lo que era adecuado hacer.
Cuando
los trabajos externos le distraían un poco de sus pensamientos puestos en Dios,
un recuerdo fresco proveniente de Dios mismo le llenaba el alma, y así era tan inflamado
y transportado que le resultaba difícil contenerse. Dijo que estaba más unido a
Dios en sus trabajos externos, que cuando los dejaba a un lado para retirarse a
hacer sus devociones.
Y sabía
que en el futuro tendría un gran dolor corporal o mental, y que lo peor que
podría sucederle era perder aquel sentido de Dios que había disfrutado durante
tanto tiempo, pero que la bondad de Dios le aseguraba que no le abandonaría totalmente,
y que le daría fuerzas para soportar cualquier mal que le sucediera, con el
permiso de Dios. Por lo tanto, no tenía ningún temor. Que no había tenido la
ocasión de consultar con nadie acerca de su estado y que cuando intentó
hacerlo, siempre había salido más turbado; y que como era consciente de su
disposición para entregar su vida a Dios por amor a Él, no tenía ningún miedo
del peligro. Que la entrega perfecta a Dios era un camino seguro al cielo, un
camino en el cual tenemos siempre suficiente luz para saber cómo conducirnos.
Dijo
que lo principal de la vida espiritual, es ser fieles en el cumplimiento de
nuestros deberes y negarnos a nosotros mismos; y cuando lo hacemos disfrutamos
de placeres prodigiosos. Que en las dificultades solamente necesitamos recurrir
a Jesucristo, y suplicar por su gracia, con la cual todo llega a ser fácil. Y que
muchos no crecen como Cristinos porque se aferran a penitencias y ejercicios
particulares pero descuidan el amor a Dios, la meta de todo. Esto se
manifiesta claramente por sus obras, y es la razón por la que se ven tan pocas
virtudes sólidas.
Y que no se necesita ni arte ni ciencia para ir a Dios, sino solamente un corazón determinado resueltamente a no dedicarse a otra cosa aparte de Dios, que el amor a Dios, y de amarle a solamente a Él.
Y que no se necesita ni arte ni ciencia para ir a Dios, sino solamente un corazón determinado resueltamente a no dedicarse a otra cosa aparte de Dios, que el amor a Dios, y de amarle a solamente a Él.
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