Su familia heredó la relojería fundada por su abuelo, así que ella se convirtió en la primera mujer relojera de Holanda. Sin embargo, este logro queda opacado cuando nos percatamos de que, posiblemente, también fue una pionera en dirigir un movimiento de resistencia contra los nazis en su país.
A su manera, sin usar la violencia ni la fuerza, urdió un plan de acuerdo a sus principios y su fe cristiana: su vivienda se convertiría en un refugio, pudiendo albergar a seis o siete personas simultáneamente. La relojería era una “pantalla” perfecta, ya que no era llamativo ni sospechoso que, como en cualquier otro negocio, entraran y salieran personas constantemente. Se estima que de esta forma salvó la vida de unos 800 judíos, además de numerosos integrantes de la resistencia holandesa y estudiantes que eran perseguidos porque rehusaban colaborar con los nazis.
Un día, un hombre entró a la relojería y le dijo a Corrie que él y su esposa eran judíos y que necesitarían dinero para sobornar a un policía. Ella le respondió que podría conseguírlo. Ese hombre fue quien el 28 de febrero de 1944 les delató a la Gestapo (policía secreta de los nazis). Ese día, Corrie, su padre Casper, sus hermanos Willem, Nollie y Betsie y su sobrino Peter fueron arrestados y conducidos a la cárcel de Scheveningen.
Su padre y sus hermanos murieron en los campos de concentración y de su sobrino nunca más se supo.
A fines de 1944 el nombre de Corrie fue incluido en una lista de personas que debían recuperar la libertad y regresó a Holanda. Lo más sobresaliente de esta mujer no fue lo que hizo para rescatar judíos, aunque el valor de esa acción es imposible de establecer, sino que Corrie perdonó la pérdida de sus seres queridos y sus propios sufrimientos.En 1947, en Munich, un hombre quiso saludarla y pretendió estrecharle la mano. Al ver su rostro, le reconoció de inmediato como uno de los guardianes más crueles de Ravensbrück. ¿Cómo podía darle la mano a ese hombre? Pero Él le compartió cómo Dios había cambiado su vida después de la guerra y que creía que Dios le había perdonado por todas las maldades cometidas en el campo de concentración, pero que necesitaba que ella personalmente le dijera que le perdonaba. Corrie lo hizo y le dio la mano.
Esta hermosa mujer es un ejemplo de lo que el amor de Dios puede hacer en nuestras vidas cuando estamos dispuestos a ser usados por Él. No sólo nos da grandes ideas para ayudar a otros, sino que nos da la fortaleza para sobrellevar las pruebas y, además, perdonar a quienes nos hacen daño.
Corrie bien pudo quedarse lamentando su pasado y considerando que ya había hecho suficiente por los demás, pero no se detuvo ahí sino que fundó una casa de convalecencia en Bloemendal, destinada a la curación y al reposo de los supervivientes.
“No, amados hermanos, no lo he logrado, pero me concentro sólo en esto: olvido el pasado y fijo la mirada en lo que tengo por delante, y así avanzo hasta llegar al final de la carrera, para recibir el premio celestial al cual Dios nos llama por medio de Cristo Jesús”. Filipenses 3:13, 14
El amor de Dios es el motor que mueve nuestras vidas, mucho más allá de lo que podamos imaginar, nos da la fuerza para seguir adelante a pesar de las dificultades y nos permite seguir corriendo hacia la meta.
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