¿Quién de nosotros no conoce a Juan el Bautista, precursor de Cristo? De él dijo el propio Jesús: “Os digo que entre los nacidos de mujer, no hay ninguno mayor que Juan…” (Lucas 7:28).
Pero detengamos nuestra mirada por un momento, en este elogio de Cristo. ¿El profeta más grande de todos los tiempos? ¡Si su ministerio apenas duró seis meses! La labor de Isaías y Jeremías, por ejemplo, se extendió a lo largo de... ¡al menos 40 años! Lo de Juan es insignificante en comparación. ¿Entonces, cómo puede Jesús decir que su ministerio fue el más grande de entre los profetas? ¿Sería porque fue él quien le bautizó? ¿Porque era su primo? ¿Porque le cedió discípulos? No, la respuesta es otra, y es que Dios no mide la grandeza en “términos numéricos”, como hacemos nosotros, sino en "términos de fidelidad”. Y la fidelidad consiste, simplemente, en realizar lo que uno fue llamado a hacer. Y nadie entendía esto mejor que Juan, quien le explicó a sus discípulos que “a él (refiriéndose a Jesús) le es preciso crecer, pero a mí menguar” (Juan 3:30). Y que se definió a sí mismo como "voz que proclama en el desierto": "Enderezad el camino del Señor" (Juan 1:23).
Fidelidad, sí, FIDELIDAD para cumplir con el mandato de “proclamar”, aunque sea en “el desierto”, aunque parezca que nadie te escuche, aunque te tachen de loco o de raro porque no te comportas como “la gente normal”.
FIDELIDAD para ser capaz de menguar, menguar en tu carácter, en tu forma de pensar, en tus deseos, en tus prioridades. Menguar con la finalidad de permitir que Jesús gobierne sobre tu vida, para así poder mostrar a otros la imagen de Cristo. Para hacer buena la segunda parte de Lucas 7.28: “…Sin embargo, el más pequeño en el reino de Dios es mayor que él”.
Señor, quiero ser esa “voz que proclama”, ayúdame a ser fiel, a realizar lo que fui llamado a hacer, mostrando a otros tu imagen en mi vida.
¿Estoy siendo fiel al llamado de Dios?
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