Se vestía extrañamente, con ropa que no le quedaba bien. Había ciertos tipos que pensaban que era divertido burlarse de él. Un día uno de ellos notó un pequeña rotura en la camisa de Bill y le dio un tironcito. Otro obrero de la fábrica también lo hizo, y en poco tiempo había una exhibición de jirones.
Bill siguió con su trabajo, y al pasar demasiado cerca de una banda transportadora, uno de los jirones de su camisa fue atrapado por la maquinaria. En fracciones de segundo, la manga y Bill estaban en problemas. Las alarmas sonaron, los interruptores fueron accionados y se evitó el problema.
El capataz, sin embargo, al tanto de lo que había pasado, convocó a los hombres y relató esta historia:
En mis días jóvenes, trabajé en una pequeña fábrica. Allí fue donde primero conocí a Mike Havoc. Era grande e ingenioso, siempre haciendo chistes y travesuras.
Mike era un líder. También había un tal Pete Lumas. Siempre le seguía la corriente a Mike. Era un seguidor de él. Y también estaba un hombre llamado… Jake.
Este último era un poco más viejo que el resto de nosotros, callado, inofensivo y apartado. Siempre comía solo. Siempre vistió los mismos pantalones, parcheados durante tres años seguidos, y nunca se unía a nuestros juegos del mediodía: luchas, herraduras, y cosas similares.
Se le veía indiferente, siempre sentado bajo un árbol y en silencio.
Jake era, en la práctica, el blanco natural para nuestras bromas y chistes. Solía encontrar una rana viva en su fiambrera (táper) o a un roedor muerto en su sombrero. Pero siempre se lo tomaba con buen humor.
Entonces, un otoño, cuando el trabajo era menor, Mike tomó unos días libres para ir de caza. Pete se le unió, por supuesto. Y nos prometieron a todos que si cazaban algo, nos traerían a cada uno una parte. Así que todos nos entusiasmamos cuando oímos que habían regresado y que Mike había cazado un venado grande. Pero oímos algo más que eso.
Pete nunca podía callarse nada, y nos hizo saber que tenían una gran broma preparada para Jake. Mike había cortado al bicho y había hecho un paquete agradable para cada uno de nosotros. Y para divertirnos, había guardado aparte las orejas, la cola y las pezuñas. Sería muy divertido cuando Jake abriese ese paquete, nos dijo.
Mike distribuyó sus paquetes durante el almuerzo. Cada uno de nosotros recibió una buena pieza, la abrimos y se lo agradecimos. El paquete más grande lo guardó para el final. Era para Jake.
Pete estaba a punto de estallar, no podía disimular, y a Mike se le veía muy satisfecho. Como siempre, Jake estaba sentado solo; estaba en el extremo más apartado de la mesa.
Mike empujó el paquete donde Jake pudiese alcanzarlo, y todos nos sentamos a esperar. Jake nunca decía mucho. Uno nunca podría darse cuenta de que él estaba presente por “su mucho hablar”. En tres años no habría pronunciado... ni cien palabras. Así que nos asombramos por lo que pasó a continuación.
Tomó el paquete con firmeza y se puso lentamente de pie. Le sonrió ampliamente a Mike, y fue entonces cuando nos dimos cuenta de que sus ojos relucían. Tembló de emoción de arriba a abajo por un momento, hasta que recobró el control de sí mismo.
“Sabía que no me olvidarían”, dijo agradecido; “¡sabía que lo harían! Ustedes son grandes y juguetones conmigo, pero sabía que tenían un buen corazón”. Tragó saliva nuevamente y entonces se dirigió al resto de nosotros.
“Sé que no he sido muy amistoso con ustedes, pero nunca quise ser rudo. Verán, tengo nueve chicos en casa y una esposa que ha estado inválida, en cama, los últimos cuatro años. Nunca se va a mejorar. Y algunas veces, cuando se siente realmente mal, tengo que estar a su lado toda la noche para cuidarla. La mayor parte de mi salario tengo que gastarlo en médicos y medicamentos. Los muchachos hacen lo que pueden para ayudar, pero a veces ha sido difícil poner alimento en sus bocas”.
“Quizás piensen que es tonto por mi parte que coma solo. Bueno, reconozco que a veces me he avergonzado un poco de mí mismo, porque no siempre tengo algo en mi bocadillo. Como hoy, que sólo hay un nabo crudo en mi fiambrera. Pero quiero que sepan que esta carne realmente significa mucho para mí. Quizás más que para nadie aquí, porque esta noche mis muchachos”, se secó la humedad de sus ojos con el dorso de su mano, “… esta noche mis muchachos van a tener una buena…” Y tensó la cuerda del paquete.
Habíamos estado observando a Jake con tanta atención que no le habíamos prestado mucha a Mike y Pete. Pero todos los observamos ahora, y ambos se lanzaron al mismo tiempo a agarrar el paquete. Pero llegaron tarde. Jake había roto el envoltorio y ya estaba revisando su regalo.
Examinó cada pezuña, cada oreja, y levantó la cola que se veía blanda. Debía haber sido tan divertido..., pero nadie se rió, nadie en absoluto. Pero la parte más difícil fue cuando Jake levantó la mirada e intentó sonreír.
Aquí fue donde el capataz dejó la historia y a sus hombres. No tuvo que decir nada más; fue gratificante, entonces, observar que mientras cada hombre comió su almuerzo ese día, al mismo tiempo lo compartió con Bill Andrews y uno de ellos incluso le ofreció su camisa.
Muchas veces no entendemos por qué tal persona es callada, por qué no ríe, parece raro o como que no encaja en el grupo, cuando la verdad es que desconocemos mucho de esa persona; cuando nos acercamos y nos enteramos que vive o sufre y nos ponemos en su piel, entenderemos su corazón. No les ignoremos, acerquémonos hoy a ellos y quizá nos sorprendamos.
Porque Él dice a Moisés: TENDRÉ MISERICORDIA DEL QUE YO TENGA MISERICORDIA, Y TENDRÉ COMPASIÓN DEL QUE YO TENGA COMPASIÓN.
Romanos 9:15.
Romanos 9:15.
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