Es increíble que después de ser tan pecadores e indignos, Él tuviera la misericordia y generosidad de dar a su Hijo, puro, santo, divino, para que muriera por nosotros en una cruz, para que fuera descargada en Él toda la ira de Dios, una ira que no merecía y que nosotros sí merecíamos. Cuán precioso fue este sacrificio y todavía más extraordinario, el momento aquel cuando Él resucitó.
Este gran sacrificio acarrea una sabiduría misteriosa, profunda y divina; una sabiduría que desde el punto de vista humano y natural, es imposible comprender. Como prueba de ello, puedes preguntarle a cualquier persona que, con toda seguridad, sabe de la muerte de Jesús en la cruz, de su resurrección, pero en realidad no saben y no entienden, o peor aún, no les interesa entender, lo que significó su entrega.
Lo triste, es que no le damos a Dios la importancia que se merece; muchas veces nos creemos más importantes que Él, y le vemos sólo como nuestro “banco de bendiciones”, asumiendo que nosotros somos sus clientes preferenciales. Se nos olvida cuál es el principal propósito por el que existimos, por el cual nos creó, que no es otro que rendirle adoración. Se nos olvida que fuimos creados para Él, que fuimos creados para amarle y para servirle.
Muchas personas creen, que por el hecho de haber realizado una oración de fe en algún momento de su vida, son ya merecedores de las bendiciones eternas que el Señor concede en Cristo Jesús, cuando en realidad se nota por sus frutos, que nunca le recibieron en su corazón; otros creen, que porque han sufrido muchas adversidades, tienen mayores beneficios, o tal vez merecen mucho más de parte de Dios; y otros, se afanan por acaparar todas las bendiciones de “prosperidad”, como si de una recompensa se tratase, como si fuese una correspondencia a su “sí”, cuando el Señor tocó las puertas de su corazón.Es cierto, que mientras que estuvimos apartados del Señor, Satanás no hizo otra cosa que robarnos, matarnos y destruirnos, y que nuestro Padre amado envío a su Hijo Precioso para darnos vida y darnos una vida en abundancia. Pero ¡ojo!, no tergiversemos las cosas, esa abundancia de la que se habla es espiritual antes que cualquier otra cosa. Es cierto que Dios quiere vernos prósperos, que Él es un Dios de abundancia, que es un Dios generoso; sin embargo, la prosperidad que más le interesa es la de nuestro espíritu.
¡No te creas tan importante! Jesucristo, siendo Rey de Reyes y Señor de Señores, se hizo pobre para concedernos el tesoro más valioso que podamos tener, la vida eterna. No te angusties tanto por lo que puedas obtener mientras vivas en este mundo, sino preocúpate por saber dónde pasarás el resto de la eternidad; esmérate por prosperar en tu espíritu, en tu alma, y el resto de las cosas, que el Señor sabe que realmente necesitas, las tendrás. Él te las dará, por eso, de sus riquezas maravillosas mi Dios les dará, por medio de Jesucristo, todo lo que les haga falta. Filipenses 4:19. (Biblia TLA).
No nos merecemos nada, es la gracia de Dios la que nos da el privilegio de acceder a sus hermosas bendiciones; deja ya de creer que has sufrido demasiado, y que por ese sufrimiento Dios te tiene que recompensar. Deja de creer que porque te has esforzado, mereces tener lo que quieres; tú tendrás lo que Dios quiere que tengas. Agradezcamos que puso su mirada sobre nosotros y nos escogió, agradezcamos que tuvo misericordia y nos rescató.
Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma. 3 Juan 1:2. (Reina Valera 1960).
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