“A diferencia de los otros sumos sacerdotes, él no tiene que ofrecer sacrificios día tras día, primero por sus propios pecados y luego por los del pueblo; porque él ofreció el sacrificio una sola vez y para siempre cuando se ofreció a sí mismo.”
Hebreos 7:27 (Nueva Versión Internacional).
En Levítico, capítulo 16, se describe la ceremonia del día del perdón. Lo que el pueblo judío llama “Yom Kippur”. Esta ceremonia se realizaba de manera anual. En ella todo el pueblo confesaba los pecados que había cometido en el año que había transcurrido y eran perdonados. Los pecados del pueblo eran confesados (caídos) sobre un chivo expiatorio, el cual era enviado al desierto, lejos; y en ese momento el pecado era disipado ante los ojos de DIOS. Y según la tradición judía, los nombres de aquellos que eran perdonados, eran incluidos un año más por el SEÑOR en el libro de la vida. No obstante, esos sacrificios no acababan con el pecado de ellos, siendo que año tras año debían volver a hacer lo mismo. Fue cuando DIOS lo hizo. Él envío a Jesucristo a la humanidad para ofrecer el perdón de pecados definitivo a todo aquel que crea en Él.
A diferencia de los sacrificios de animales, que no satisfacían la justicia de DIOS, Jesucristo se entregó a sí mismo para lavar la culpa y maldad de toda la humanidad. Jesús es DIOS mismo, y con Su sangre compró la plenitud de todo el que le crea. Él borró la mancha del pecado de los suyos y desaparecieron sus pecados. No existe necesidad de ningún otro sacrificio, sólo creerlo.
Si tú has aceptado a Jesús como Señor y Salvador, nadie puede condenarte por tus pecados. El enemigo no tiene potestad para restregarte tus pecados, ya fue derrotado en la cruz. Jamás te condenes por algo que DIOS ya perdonó y olvidó. Por el contrario, vístete a diario de la justicia que Jesús te ha regalado por medio de Su sacrificio (Romanos 5:17).
Si has sido perdonado por DIOS, nadie puede deshacer lo que Él ha hecho. (Isaías 43:13).
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