viernes, 10 de mayo de 2013

Mis Raíces - Crecimiento personal-espiritual

En algún lugar, en algún momento, oí decir a alguien: “La pasión no es sólo voluntad, ni una mera demanda, es un fuego que arde y que es encendido por un simple fósforo, un fósforo compuesto de entusiasmo cubierto de una experiencia de fracaso, teniendo que levantarse y probar otra vez”.
A lo largo del camino he sido formado de manera tal, que puedo relacionarme con esta afirmación con mucha empatía y sensibilidad. Yo era una mediocre para mis maestros, tan sólo otra muchacha para mis amigos y tan sólo una chica más en este mundo, pero tuve mucho más que probar, mucho más por lo que vivir.
Cada día que pasaba, nunca sabía cómo mirar el futuro, cómo estaría en él, qué haría y qué querría. La vida, una palabra sencilla, tenía un significado demasiado simple para mí; significaba tan sólo vivir y hacer mis tareas. Y estas tareas que tenía, eran las que una chica normal que asiste al colegio tendría. Entendía que aquello sería parte de mí durante mucho tiempo.
Cuando fui prejuzgada y enjuiciada mal..., sentí. Fue el día en que la vida me llevó a darme cuenta que la mediocridad se percibía como mi virtud. Así fue que yo, por primera vez en mi vida, sentí que tenía algo que demostrar más que considerar sólo mi virtud; mi meta sería aspirar a ser algo más que otra muchacha más. Tuve que luchar por mi existencia; aquello era lo que me mantendría viva. Con un poco de esperanza, un poco de fe en mí misma, decidí tomar mis riesgos.
Definitivamente, la vida no es fácil. ¿Quién dijo que las cosas serían fáciles cuando alguien las hiciera?  Entonces, las complicaciones eran la infancia de toda simplicidad, y aquello fue lo que me hizo seguir adelante. En el camino, con subidas y bajadas, unos cuantos obstáculos serían obvios. Así como el curry no tendría sabor sin especias, la vida no sería experiencia sin tropiezos.
En media década, cinco años, cada parte de mí ha cambiado. Verdaderamente no lo consideraría un cambio, sino más bien que cada parte de mí se ha conectado, ahora, a mi verdadero yo. Mi verdadero yo, que tenía la oportunidad de germinar en medio de este ambiente y ser alguien. Aunque hoy no diría que soy alguien a quienes otros admiren, pero lo que considero mi logro más grande, es que he llegado a saber que tengo la capacidad ilimitada de desatar la verdadera virtud en mí, que es mucho más que la mediocridad.
En estos años he aprendido, que para ser alguien no necesito que el resto de la gente me crea. Todo lo que necesito, es saber interiormente que soy algo y que puedo ser alguien. Y la única clave para esto es el incansable esfuerzo y trabajo por mi parte. Bien sabemos que la suerte le viene a aquellos que dan lo mejor de sí, así como que el destino sigue a aquellos que no miran atrás, sino al horizonte con sus pies en la tierra.
Hoy, cuando contemplo aquellos tiempos en los que fui engañada por los muchos intentos que hice, tan sólo sonrío y me digo a mí misma: “Me tomó media década hacer crecer mis raíces y todavía tengo más décadas para convertirme en un gran árbol. Hasta entonces, alimentaré mi savia con todas mis fuerzas”.

Si bien este pensamiento tiene una fuerte influencia existencialista y humanista, asignándonos a cada uno un poder total que en realidad no tenemos, lo que sí es cierto es que tenemos mucho más poder que el que generalmente nos asignamos. De hecho, muchos se condenan a sí mismos a una vida de mediocridad, tan sólo porque los demás les etiquetaron de esa manera desde chicos… como le pasó a la autora de esta reflexión.
Necesitamos reconocer que Dios no hizo a nadie “promedio”, ni “mediocre”, ni “estándar”…; cada uno de nosotros fue creado único, con un plan particular de parte de Dios para nuestra vida. Pero somos nosotros los que decidimos si vamos contra corriente o le creemos a Dios para grandes y mejores cosas.
Les animo a escoger sabiamente. Que el Señor les continúe bendiciendo.

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