El Señor, en cumplimiento de su pacto de gracia, trata a su pueblo como si nunca hubiese pecado. Prácticamente olvida todas sus transgresiones. Considera sus pecados, cualesquiera que sean sus gravedades como si jamás hubieran existido; como si se hubiesen borrado de su memoria. ¡Oh, gran milagro de la gracia! Dios hace de esto lo que, hasta cierto punto, es imposible de hacer.

Nos considera dignos y nos confiere un ministerio. Esta es la prueba más evidente de que no se acuerda más de nuestros pecados. Cuando perdonamos a nuestros enemigos, aunque ciertamente tardemos en depositar en ellos nuestra confianza, consideramos que esto sería imprudente. Pero el Señor olvida nuestros pecados y nos trata como si nunca le hubiéremos ofendido.
¡Oh, alma mía, acepta esta promesa y alégrate! Hoy… esa misericordia me hace vivir en armonía con ese perdón.
Señor, Gracias por perdonarme. Tú deseas que yo viva cerca de ti en agradecimiento por olvidar mis pecados. Amén.
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