La felicidad no está, como un ente, fuera de nosotros; se hace patente, sensible, cuando damos, cuando compartimos, cuando amamos.
Por eso si quieres ser feliz, aprende primero a dar y a amar.
Y aprende de las cosas simples y sencillas que quizá puedan servirte
Como no pedir amistad, mejor concédela.
No esperes regalos, mejor ofrécelos.
No busques amor, dalo tú.
No busques la muerte, vive con dignidad.
No esperes oportunidad, créala.
No desperdicies el sufrimiento y los errores, aprende de cada uno de ellos.
No tengas prejuicios, ten disponibilidad.
No busques honores, pero honra aun al más pequeño.
No reniegues de la enfermedad, porque es también un camino para llegar a Dios.
No te consideres superior a nadie, porque todos somos hijos de Dios.
No te aferres a nada, porque Dios te ha creado libre.
Desprecia siempre lo vulgar, lo corriente, porque vales mucho más que las cosas que te da la vida.
Vales más que las flores, y tu destino es el cielo.
Define cuál es tu verdad y defiéndela con orgullo, porque es absolutamente tuya.
Ámate a ti mismo y construye tu felicidad, porque para ti solo existe una verdad irrefutable: tu propia existencia.
Disfruta la felicidad que ahora tienes, nadie sabe qué vendrá el día de mañana.
Vive pensando en las cosas que la vida te otorga, no en las que no te ha dado, porque ni siquiera has buscado las oportunidades necesarias para estas últimas.
Y recuerda que los dones más valiosos son la paz, la alegría, el silencio, la oración, un buen libro, una buena canción, un gran amor, un buen recuerdo…y Dios.
Después de todo, Él es el gran amigo de todos.
Cada día, sin importar si el año comienza o está terminando ya o estás justo a la mitad, es un buen momento para recapacitar en lo que estás haciendo, en lo que piensas, en lo que sientes y en lo que quieres.
Piensa que las cosas son más sencillas de lo que parecen, piensa en no ser rebuscado ni complicado. Piensa en lo que realmente vale la pena: que es lo que tienes dentro de ti mismo.
Felicidad
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