Toda mi vida, y no lo digo con orgullo, he sentido un compromiso social muy grande, una necesidad de poder estar en los lugares donde siento que puedo hacer algún aporte o involucrarme en alguna causa que beneficie a otros. No tiene que ver con un corazón misericordioso o con que sea extremadamente solidaria; tiene más que ver con sentirlo como una responsabilidad por las oportunidades que Dios me regaló a mí. Este sentimiento me acompaña en todo lugar y a ratos me juega malas pasadas.
Basta ver las noticias, leer el diario o dejar de mirarse el ombligo para reparar en que vivimos en un mundo lleno de necesidades: materiales, económicas, afectivas, emocionales, etc. Estamos en una sociedad que requiere urgentemente de un trabajo de joyería en sus vidas para ser capaces de salir adelante y lograr sus sueños, y en esa sociedad no estamos ajenos tú y yo, también tenemos necesidades, también tenemos sueños. Sin embargo, muchas veces nuestras necesidades se ven satisfechas ante una sonrisa o cuando nos sentimos útiles, sentimos que en el día a día nuestra vida tuvo sentido porque fuimos capaces de atravesar el caparazón de alguien y llegamos a su corazón.
Cuando vivimos la vida de esta manera nos acercamos al modelo de Jesús. A como Él aprovechó cada momento que estuvo en la Tierra para servir a otros y entregar aquello que tenía en su corazón, un amor y una sabiduría a toda prueba. Pero también ocurre que en medio de esta cruzada por vivir la vida de acuerdo al modelo de Jesús, nos damos cuenta que no alcanzamos a cubrir todo lo que quisiéramos, que no podemos ayudar cuanto quisiéramos, y que hacemos la cosas lo mejor que podemos con lo que tenemos, pero que no es suficiente.
En el momento que abrimos nuestros ojos en el mundo real nos damos cuenta que no es suficiente lo que hacemos y eso nos produce frustración y desánimo, sobre todo a quienes somos más exigentes con nosotros mismos, lo que termina desilusionándonos y mecanizando lo que hacemos.
Esta semana conversaba con un profesor bien renombrado en el mundo cristiano sobre este tema, abordábamos las motivaciones que nos llevaban a querer servir a Dios, y a hacer las cosas de acuerdo a sus planes y proyectos, y le comentaba de esta cruzada de “super heroína” que a veces me atrapaba y en cómo he tenido que ir aprendiendo a colgar mi capa día a día. Él, con la sabiduría que siempre ha tenido, acabó nuestra conversación con lo siguiente: “cuando colgamos nuestra capa se la devolvemos a quien se la quitamos” y fue como un tremendo "asombro" para mi vida. Es cierto, cuando me afano porque no alcanzo a hacer las cosas que quisiera, no puedo ayudar a todas las personas que quisiera, estoy quitándole el trabajo al Señor, quien es el super héroe por excelencia. Es como si Él fuera Santa Claus y yo una de las duendecillas que le ayuda a repartir los regalos. No depende de mí, depende de Él.
Si hay algo que debemos aceptar es que nunca podremos ayudar a todas las personas que quisiéramos, tampoco podremos tocar todas las vidas que queremos, porque no lo hacemos nosotros, lo hace Dios. Y aún así, Jesús nunca se afanó porque hubo lugares que no alcanzó a visitar, Él tuvo que escoger a dónde ir, a quién hablarle y en qué momento.
Tú y yo podemos hacer nuestra parte. Dios se encargará de todo aquello para lo cual nuestro cuerpo, tiempo y vida no nos alcanza. No dejemos de hacer lo que podamos, pero no nos frustremos porque es menos de lo que quisiéramos, no se puede ayudar a todo el mundo y no se puede estar en todos lados a la vez; por eso ante la posibilidad de hacer una diferencia en la vida de al menos una persona, tomémonoslo como la tarea y cruzada más grande que tenemos que hacer y así estaremos contribuyendo en esta gran tarea que Dios comenzó y que Él mismo terminará.
Autora: Poly Toro
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