“Porque vuestra obediencia ha venido a ser notoria a todos, así que me gozo de vosotros; pero quiero que seas sabios para el bien, e ingenuos para el mal”.
Romanos 16:19
El cristianismo es algo muy simple y sencillo, y a la vez complejo. A veces difícil de entender, pero realmente fundamental y trascendental; es una puerta estrecha que nos lleva por caminos desconocidos, que nos enseña acerca de la vida y cómo debemos conducirnos en ella, y también nos habla de una realidad espiritual que podemos experimentar paulatinamente, para ir madurando y creciendo en gracia, amor, sabiduría y paz.
Inicialmente somos como bebés espirituales (venimos a tener un segundo nacimiento en el Espíritu). Aceptamos a Cristo como nuestro Señor y Salvador, y aunque aparentemente nuestra vida continúe igual, con todas sus contradicciones y frustraciones, ya nunca más volverá a ser de la misma forma; esa semilla de vida que fue sembrada en nosotros, comienza a crecer y a fortalecerse hasta llegar a ser primero un arbusto, luego un arbolito, y después un frondoso árbol cuyos frutos comienzan a brotar y es imposible ocultarlos.
Y la base de este crecimiento, madurez y frutos, es una sola: La Obediencia. Hablar de obediencia es más fácil que practicarla; se trata de escoger entre mis propios sentimientos y deseos, lo que quiero y puedo y lo que no, confrontándome a mí mismo. Al final pasa que aunque yo quisiera, ya no puedo seguir mis propios pasos, ni siquiera hacer mi entera voluntad conforme a mí me plazca, ni apoyarme en mi propia sabiduría o lógica. La vida que ha crecido en mí (en Espíritu) no me lo permite, pues amonesta mi conciencia, me roba la paz y me siento intranquilo, pues ya no soy ni sordo ni ciego para no oír, entender, ver y discernir la voz de Dios.
La vida cristiana o espiritual es un regalo maravilloso que junto con el amor de Dios, aprecio por encima de todas las cosas y por nada del mundo los voy a sacrificar; antes bien, traigo a mi mente el conocimiento que tengo de Dios y su palabra y hago lo que allí dice que haga (aunque no entienda el porqué): orar y poner delante de Dios mis peticiones y esperar, dejar que sea Él quien determine si lo que le pido es viable o no.
La vida cristiana o espiritual es un regalo maravilloso que junto con el amor de Dios, aprecio por encima de todas las cosas y por nada del mundo los voy a sacrificar; antes bien, traigo a mi mente el conocimiento que tengo de Dios y su palabra y hago lo que allí dice que haga (aunque no entienda el porqué): orar y poner delante de Dios mis peticiones y esperar, dejar que sea Él quien determine si lo que le pido es viable o no.
Aunque muchas veces no entendamos por qué pasan las cosas, que se den o no se den, la obediencia a la Palabra de Dios es lo que nos va a ayudar a seguir adelante, a fortalecernos en fe y a dar frutos; ya no hay que buscar razones, explicaciones lógicas o análisis; nos basta Su presencia, Su gracia, Su palabra y su Santa voluntad, porque nosotros pedimos lo que queremos, pero Él sabe lo que necesitamos y lo que es mejor para nosotros.
Así, nuestra obediencia se convierte en una prueba de fe, y la fe, mucho más preciosa que el oro (el cual aunque perecedero se prueba con fuego), sea hallado en alabanza, gloria y honra, cuando sea manifestado Jesucristo. (1 Pedro 1:7).
Hermanos/as, quiero deciros que por la gracia de nuestro Señor Jesucristo, aunque estemos rodeados de mentira y de engaño, Dios es fiel y para siempre es su misericordia. Él mismo vendrá, os salvará y os librará de esa situación que estáis viviendo; seamos nosotros también fieles a su palabra en completa obediencia y sujeción, y antes de tomar cualquier decisión que pueda dañar esa perfecta relación con Él, meditemos, oremos, consultemos qué dice La Biblia sobre el tema y pongamos el asunto en las manos de Dios. Pero no nos apartemos, sigamos ese camino que Jesús abrió para nosotros, hasta que todos lleguemos a la altura que Dios quiere que lleguemos.
Siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre.
1 Pedro 1:23
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