Algunas personas, cuando “entran al cristianismo”, parece como si una esfera mística les envolviera y milagrosamente se convirtieran en una versión muy distinta a la de sí mismos, que curiosamente es parecida (más bien igual) a la de quienes entraron a este “club” antes; y que de alguna manera su membresía dependiera de este cambio de personalidad.
Lo cierto es que cuando tenemos un encuentro cara a cara con el Señor, poco importa como somos porque ya no seremos iguales. Es tan potente la experiencia de conversión, que moviliza muchísimas emociones, sentimientos y cambios, que sin necesidad de presionarlos llegan por sí solos. Lo que muchas veces sucede es que ciertas personas creen que deben ser de cierta forma para agradar a Dios: serios, reflexivos, hablar con palabras poco normales, tener una actitud de devoción constante y en fin, parecer una serie de caricaturas que NADA tienen que ver con el proceso de convertirse en cristiano.
Mas si a Dios no le importó tu presente y, así y todo, quiso invitarte a ser su hijo, ¿por qué se esmeraría en que fueses de otra forma? Todos tenemos hábitos, características de nuestro temperamento o actitudes que pueden dañar a otro o a incluso nosotros mismos; precisamente son las que nos esmeramos en cambiar porque “no cuadran” con nuestra nueva forma de ser y de pensar. PERO existen características personales que Dios nos ha regalado, como el ser más hablador o más silencioso que otros, más o menos extrovertido, ser alegre y decir cosas graciosas que hagan reír al resto, ser espontáneo, gustar de ciertos lujos o comodidades, realizar algún tipo de actividad deportiva, tener algún hobbie, etc.
Cuando permites que Dios se convierta en tu Padre, Él no quiere de ti tu pecado, pero SÍ quiere a TODA persona que esté experimentada en esta conversión. A Dios no le gustan más o menos los serios o reflexivos, o los conversadores y sociables. Él no necesita que te amoldes y seas igual a todos los que creen en Su poder.
Cuando descubrimos que Dios nos ama tal cual somos, con nuestra forma de ser, con nuestros gustos y disgustos, con nuestra manera de decir las cosas, hasta con las expresiones faciales que ponemos y que además de amarnos, así nos creó,… sentimos como si una tonelada de cemento cayera sobre nosotros, y nos permitiera SER ASÍ.
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