En el mundo evangélico de nuestros días se
oye mucho hablar de la sanidad del cuerpo. Incluso muchos predicadores hacen uso de
la frase “en el nombre de Jesús”, para impresionar a otros con sus aparentes
prodigios y milagros.
Viene a cuento la pregunta de si habrán estudiado
algo sobre la Divina Soberanía de Dios, pues parecen querer mover el poder de Dios a sus
propios caprichos y antojos.
¿Sana Dios a todos?
¿Siempre será la voluntad de Dios sanar nuestros cuerpos de muerte? ¿Es otorgada
la sanidad a todos los cristianos?
No hay la menor duda de que Dios tiene todo el poder para sanar y puede
hacerlo a quien quiere y cuando Él quiere hacerlo; sin embargo, tenemos que
aprender a vivir con nuestras enfermedades y dolores, y en medio de todo
dar gloria a Dios quien nos permite respirar y existir todavía.
La mujer con flujo de sangre
Y he aquí una mujer enferma de
flujo de sangre desde hacía doce años, se le acercó por detrás y tocó el
borde de su manto; porque decía dentro de sí: Si tocare solamente su
manto, seré salva. (Mateo
9:20 y 21).
No sabemos la causa de la enfermedad de esta
mujer, pero sí sabemos que sufría su pena y molestia en secreto. No se nos dice
nada más, sino que se trataba de un "flujo de sangre", o sea de
hemorragias, y que ya hacía doce años que padecía de estas.
El evangelio
de Marcos nos dice: y había sufrido mucho, había recurrido a los médicos y había gastado todo lo que tenía y
nada le había aprovechado, antes le iba peor. (Marcos 5:26).
Después de muchos años así, hemos de suponer que su
salud había decaído, y que se encontraba pálida y decaída. En cambio su fe era
firme y enérgica, de tal manera que se había atrevido a mezclarse con la
multitud para acercarse a Jesús en público; solo anhelaba tocar el
borde del vestido del Señor.
Sabemos que como resultado de su acto de fe, la
gracia de Dios fue derramada de una manera inmediata sobre ella, y Jesús le
dijo:
Ten ánimo, hija; tu fe te ha
salvado. Y la mujer fue salva desde
aquella hora. (Mateo 9:22).
La gracia de Dios en este caso, no solo sanó sino que también salvó. Jesús hace un milagro inmediatamente, le concede la
sanidad de su cuerpo y le asegura la eterna salvación de su alma. ¿Qué valdrá más: ser
sanado en este mundo temporal o ser salvado de la perdición eterna?
Vivimos sumergidos en un mundo secular,
materialista y humanista. Los hombres de hoy queremos vivir más, rejuvenecer,
tener más y disfrutar de esta vida. No estamos pensando para nada en una
eternidad con Cristo, ni en la salvación eterna de nuestras miserables almas.
Hoy en día la preocupación está enfocada en el cuerpo y no en el espíritu.
Podríamos decir sin temor a equivocación, que
la gracia de Dios salva más que lo que sana, porque todos siempre pensamos en unos 80 a 90 años en
esta tierra, mientras Dios no deja de estar pensando en una eternidad para y con
nosotros.
La gracia de Dios hizo que el ciego recibiera la vista y
fuera salvo. Jesús le dijo: Recíbela, tu fe te ha salvado. (Lucas 18:42). Fue la misma gracia
que salvó al ladrón de la condenación eterna en su muerte de cruz, sin librarlo
para nada de la aflicción y el dolor que afrontaba. Jesús le dijo: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en
el paraíso. (Lucas 23:43).
Fue la misma gracia que salvó a la mujer pecadora, y a ella le dijo: Tus
pecados te son perdonados. Tu fe te ha salvado, ve en paz. (Lucas 7:48-50).
Esta gracia maravillosa fue la que
transformó a un perseguidor de la iglesia en un apóstol para los
gentiles, y sin retirar nunca su aguijón en su carne, a él le dijo:
Bástate mi gracia, porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena
gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el
poder de Cristo. (2 Corintios 12:9).
Cuando Jesús el Hijo de Dios, estuvo en esta
tierra, no hizo caminar a todos los paralíticos, no dio vista a todos los
ciegos, no sanó a todos los leprosos, y no resucitó a todos los muertos.
El Evangelio de la Gracia de Jesucristo no
es una noticia de orden terrestre, sino un mensaje procedente del
cielo, revelado desde arriba para sus escogidos. El Reino de
Jesucristo no es de aquí, y tampoco es Su gracia. (Juan 18:36-37).
Conclusiones
El cristiano genuino puede estar pasando por el
dolor, la enfermedad y el sufrimiento de su cuerpo; pero aunque esté afligido y
triste, a la misma vez siente paz, consuelo y la plena seguridad
de que su nombre está escrito en el Libro de la Vida por la infinita e
incomprensible Gracia Salvadora de Dios.
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