“Así regresó Noemí, y con ella su nuera Rut la moabita, quien quería acompañarla de todo corazón. Regresaron, pues, de la tierra de Moab al inicio de la cosecha de cebada”.
(Rut 1:22)
Noemí tenía el corazón triste; se sentía afligida y amargada. Había perdido a su esposo y luego a sus dos hijos. En compañía de su nuera Ruth regresó a Belén de Judá. La ciudad estaba regocijada en volverla a ver, sin embargo, Noemí les dijo: ¡No me llaméis Noemí, sino llamadme Mara; porque el Todopoderoso me ha llenado de amargura! Rut 1;20
Ella se había ido llena y años más tarde, regresaba vacía, sentía que no tenía nada. Pensaba que Dios la había afligido y castigado. Sin embargo, a pesar de las cosas tristes y negativas que ocurrieron en la vida de Noemí, algo muy bueno iba a ocurrirle. Dios obró de una manera hermosa en la vida de Rut y Noemí. Rut en verdad amaba a su nuera y la obedecía en todo lo que ella le dijera.
Dios permitió que Rut conociera a Booz y que hallara gracia delante de sus ojos. Este hombre al principio se mostró solidario, compasivo y les brindó alimento. Luego, cuando Rut le pide a Booz que extendiera el borde de su capa sobre ella, por cuanto él era pariente cercano, él estuvo de acuerdo. Booz la redimió, se casó con Ruth y amparó a Noemí.
«13 Booz, pues, tomó a Rut, y ella fue su mujer; y se llegó a ella, y Jehová le dio que concibiese y diese a luz un hijo. 14 Y las mujeres decían a Noemí: Loado sea Jehová, que hizo que no te faltase hoy pariente, cuyo nombre será celebrado en Israel; 15 el cual será restaurador de tu alma, y sustentará tu vejez; pues tu nuera, que te ama, lo ha dado a luz; y ella es de más valor para ti que siete hijos. 16 Y tomando Noemí el hijo, lo puso en su regazo, y fue su aya. 17 Y le dieron nombre las vecinas, diciendo: Le ha nacido un hijo a Noemí; y lo llamaron Obed. Este es padre de Isaí, padre de David. “Rut 4:13-17 (Reina-Valera 1960)
¡Qué lindo es nuestro Dios, que hace grandes maravillas! Permitió que Noemí pudiera sonreír en su vejez y que no estuviera amargada, y a Rut la premió por su fidelidad de tal modo que de su linaje vino nuestro querido Salvador Jesús.
Puede que tú sientas un dolor tan profundo que te parezca que ya jamás volverás a sonreír, que no hay posibilidades de que algo bueno te suceda. Pero en Cristo tú tienes un sinfín de esperanza, más que una esperanza sin fin.
Confía y espera en Dios, Él se encargará de obrar para que puedas volver a sonreír y gozarte de las obras que Él hace.
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