La primera actitud de un adorador es la de procurar estar lo más cerca posible de Cristo, lo cual significa mucho más que el hecho de ir a la iglesia a cantar; es caminar apegado a Él, pues no existe adoración en solitario; es necesario que exista el adorador y el adorado, por lo tanto es necesario que exista esta proximidad, y también tiene que haber iniciativa por el hecho de tener “libre acceso”. Además, no estamos limitados a tener que ir a un determinado lugar.
Santiago dice: “Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros. Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros. Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones. Afligíos, lamentad y llorad. Vuestra risa se convierta en lloro y vuestro gozo en tristeza. Humillaos delante del Señor y él os exaltará.” RV95 (Santiago 4:7-10)
Dios promete estar junto a los que se apartan del pecado, los que purifican sus corazones y lo invocan verdaderamente arrepentidos. La comunión con Dios traerá su presencia, su amor, sus bendiciones y su paz: “Considera al íntegro y mira al justo, porque hay un final dichoso para el hombre de paz”. (Salmo 37:37)
Dios promete estar junto a los que se apartan del pecado, los que purifican sus corazones y lo invocan verdaderamente arrepentidos. La comunión con Dios traerá su presencia, su amor, sus bendiciones y su paz: “Considera al íntegro y mira al justo, porque hay un final dichoso para el hombre de paz”. (Salmo 37:37)
Entonces, ¿Qué hacer para acercarse al máximo a Dios?
Para alcanzar este objetivo es necesario tener hambre (no de pan), y sed (no de agua), sino de oír las Palabras del Señor (Amós 8:11)
El deseo más profundo de nuestro corazón ha de ser: “estar yo en la casa del Señor todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura del Señor” (Salmo 27:4)
Es necesario llegar al punto de que confesemos que somos total, sin remedio y absolutamente dependientes de una dosis eterna que sacie el insaciable deseo que hay dentro de nosotros, porque ansiamos ver a Dios como Él es, en toda su gloria.
Como ejemplo de esto tenemos a Moisés que estaba en la misma presencia del Señor, junto al pueblo de Israel. (Dios le dijo: “Mi presencia te acompañará y te daré descanso” Éxodo 33:14). Aún así, verdaderamente ansioso y deseando ver la Gloria del Señor, dijo Moisés: “Te ruego que me muestres tu gloria”. Éxodo 33:18. Ver la gloria de Dios es ver la realidad interior que hace de Dios quien es. Nos es necesario hallar gracia delante de sus ojos y ser vistos por Él como amigos que le agradan y que permanecen leales a su voluntad, independientemente de las circunstancias que nos rodean. (Éxodo 33:17)
En estos últimos días encontramos una generación dispersa, acostumbrada a la separación y a la ausencia, en las personas, de la presencia de Dios. Los niños por ejemplo, no miden el tiempo por un tic-tac de un reloj, ni por los movimientos o posiciones de las manillas, ellos miden el tiempo en términos de ausencia. Para un bebé, 30 segundos lejos de mamá parecen una eternidad, pero cuando se hacen más mayores les es más fácil soportar la distancia. En relación a esta capacidad, debemos ser como los niños, que no pueden vivir lejos del padre o de la madre.
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