miércoles, 9 de mayo de 2018

Me quedo con el carpintero

Desde pequeño destacó por su sed de aprender y su vocación para enseñar. Y a medida que iba creciendo se llenaba de sabiduría, tanta que nada más llegar a la pubertad, le gustaba escaparse del hogar para ir a cotejar sus criterios con los más letrados del sector.
Resultado de imagen de Jesús carpinteroEste hombre, hijo de un sencillo artesano y una humilde mujer, se inició, siendo muy chico, en el oficio de labrar la madera para convertirla en objetos útiles. No obstante, muy pronto tuvo que dejar las herramientas y el anonimato, para salir a la luz del ministerio público, a trabajar en la obra de su padre celestial.
En varias ocasiones este joven maestro subió a los más célebres púlpitos; tomó la palabra, y maravilló a cuantos le escuchaban, incluidos sus enemigos, pues reconocían, aunque solo fuera interiormente, que la oratoria del joven tenía contundencia y autoridad. Por ello no fue difícil que sus alumnos se multiplicasen, aunque no todos los que lo siguieron comprendieron fielmente su mensaje, ni se quedaron junto a Él.
Sin sueldo base, ni honorarios extras, ni horario fijado, el maestro de estos relatos hizo de las colinas, las embarcaciones y los desiertos, sus mejores aulas, para desde allí anunciar valores imperecederos como el amor, la paz, la justicia, la libertad, y la solidaridad; los mismos que aún seguimos buscando en estos días.
Auténtico como fue, -tenía como ejemplo su propio estilo de vida austera, pues pese a su sabiduría no se dejó atrapar por la vanidad,- no persiguió poder ni tesoros materiales; no participó en ninguna campaña política; tampoco buscó el favor de los gobernantes, de los acaudalados o de los eruditos. Por el contrario, a riesgo de su propia vida, a muchos de ellos combatió con sus ideas, comparándolos con lobos con piel de oveja, con sepulcros blanqueados, puesto que no mostraban unidad entre lo que predicaban y lo que hacían.

El método didáctico de este maestro fue reflexivo y conciso, saturado de metáforas y parábolas inspiradas en casos comunes de la vida diaria, como aquellas del hijo derrochador, del tesoro escondido, del buen samaritano, de la oveja perdida… con las cuales explicaba  de forma concisa y  fácil de recordar, las verdades que enunciaba.
Está por demás decirlo, pero este manso carpintero que se proclamó "pan de vida", "camino y verdad", se llamó Jesús, de cuyas enseñanzas todos deberíamos seguir nutriéndonos.  Para ello están al alcance de todos, de forma física y virtual, las páginas de la magistral obra de consulta y aplicación, dictada por su Padre: las Sagradas Escrituras.
No sé usted, amigo, amiga, pero yo, que voy para anciano, no reconozco otro maestro, ni siquiera igual, superior a este Jesús; que aparte de todo ello murió para redimirme de mis maldades, que resucitó, y que está haciendo en mi vida lo que jamás podrían hacer juntos: Alá, Buda, Mahoma, Confucio, Baha’u’llah, Sai Baba, ni ningún otro hombre, bajo, sobre o encima de la tierra, por muy iluminado que haya sido, por muy “reencarnado” que se declare, o aunque muchos inútilmente intenten convencerme de que da lo mismo adorar a Jesús, que a cualquiera de los citados, porque son un mismo Dios con diferentes nombres.
¡Never, never, nunca!… Yo me quedo con mi carpintero .
“Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres: Jesucristo hombre”. (1 Timoteo 2:5).

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