sábado, 30 de septiembre de 2017

El sacrificio que agrada a Dios

«Dichoso el que piensa en el débil y pobre; el Señor lo librará en tiempos malos». Salmo 41: 1, DHH

Imagen relacionadaEl Señor nos honra convirtiéndonos en su mano ayudadora. En lugar de quejarnos, alegrémonos de tener el privilegio de servir a un Amo tan bueno y misericordioso.
Somos servidores de Dios, dedicados a su obra. En el gran telar de la vida no hemos de entretejer ninguna hebra de egoísmo porque arruinará el tejido, pero, ¡qué irreflexivos somos los seres humanos! Pocas veces consideramos como propios los intereses de los que sufren siendo hijos de Dios. Los pobres se encuentran por todas partes a nuestro alrededor, pero muchos pasamos de largo, sin prestarles atención, indiferentes, sin hacer caso de las viudas y los huérfanos que, habiendo quedado sin recursos, sufren en silencio y en soledad. Si el rico colocara en el banco un pequeño ahorro que estuviera a disposición de los necesitados, ¡cuánto sufrimiento se evitaría! El santo amor divino debiera inducir a cada uno de nosotros a que nos demos cuenta de que tenemos el deber de cuidar de otros, manteniendo así vivo el espíritu de generosidad.
Miren lo que dice el Señor: El ayuno que a mí me agrada consiste en esto: en que compartas tu pan con el hambriento y recibas en tu casa al pobre sin techo; en que vistas al que no tiene ropa y no dejes de socorrer a tus semejantes. Entonces brillará tu luz como el amanecer (Isaías 58: 6-8, DHH).
Este es el caso de un hombre pobre que vivía cerca de una viuda adinerada. Ella había hecho arreglar su jardín, y los troncos y ramas que habían cortado yacían al lado de la cerca. Su vecino pobre le pidió el pequeño favor de emplear esas ramas para el fuego de su casa; pero ella se las rehusó diciendo: «No puedo dárselas; porque las cenizas de estas ramas abonarán mi jardín». ¡La tierra abonada a costa del abandono del pobre!

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