miércoles, 6 de septiembre de 2017

¿Cómo opera el Espíritu Santo?

¿Cómo obra el Espíritu Santo? Podemos entender algo de su dinámica o actuar si considera­mos algunos títulos y nombres que se le dan en la Biblia. Llama la atención el pasaje de Juan 14:16 Y yo rogaré al Padre y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre, para considerar allí por lo menos dos aspectos que pueden ayudarnos a comprender mejor cómo actúa el Espíritu Santo.
El primero tiene que ver con el nombre que Jesús le da al Espíritu Santo en este versículo: “Consolador”, o “Paráclito” que es la palabra que se utiliza en griego. Esta palabra se repite varias veces. Aparece en Juan 14:16, otra vez en el versículo 26, se usa en 15:26 y en 16:7. Es Jesús mismo el que la está usando reiteradamente. Este uso reiterativo llama la atención.
espiritu santo, paloma blanca, cielo, espírituPor algo habrá usado Jesús esta palabra. ¿Qué quiere decir este título o nombre que Jesús le da a Dios Espíritu Santo? “Paráclito” viene de dos palabras griegas, para y kaleo. Se trata de una preposición y un verbo que juntos significan “llamar a alguien a nuestro lado”. Es como si yo le dijera al pastor: “Pastor, póngase aquí a mi lado". Lo estoy llamando al lado mío. En este sentido, la palabra hace referencia a alguien que se pone a nuestro lado con un propósito. Este propósito es el de asistimos o ayudarnos. Por eso la traduc­ción de la palabra podría ser abogado, defensor, ayudador, consolador, lo que nos da una idea de cuál es el operar y la acción característica del Espíritu Santo. El Espíritu Santo es Dios a nuestro lado. El Espíritu Santo es Dios con nosotros para ayudarnos, el Espíritu Santo es Dios para asistirnos, es Dios para defendernos, es Dios para protegernos.
Hay ciertos vocablos que definen este sentido como consolador. Él es el Dios que está con nosotros (Juan 14:16), como estuvo Jesús con sus discípulos. Él es el Dios que nos enseña, como Jesús enseñó a sus discípulos (Juan 14:26). Él es el que nos recuerda las palabras de Jesús y nos facilita la comprensión de las Escrituras (Juan 14:26). Él es el que nos testifica acerca de Jesús (Juan 15:26). Quien nos convence del carácter de Jesús, de su obra y también de nuestro pecado y de nuestra relación con Él (Juan 16:7-11).
En todos estos casos los vocablos o las acciones implican cercanía, estrechez, contacto. Él no es un Dios lejano a quien tenemos que convencer de que nos venga a ayudar. No es necesario hacer sacrificios, ofrecer rogativas y plegarias para que a través de algún emisario nos dé alguna “ayudita”. Él es Dios aquí, a nuestro lado, estrecho, cerca, en contacto, accesible, inmediato. ¡Qué inmediatez bendita y maravillosa! El Consolador no nos deja ni de noche ni de día, ni cuando estamos solos ni cuando estamos acompañados. El día de nuestra boda estuvo allí, el día de la muerte de nuestro ser querido estuvo allí, cuando recibimos algún premio o alguna gratificación material Él se reía con nosotros, y cuando las cosas fueron mal Él era nuestro ayudador para consolarnos. ¿No lo sintieron así?
Él es el Paráclito, llamado a estar a nuestro lado y no dejarnos. Él es el Consolador y el ayudador. Esto es lo que hace el Espíritu Santo.
Pero aquí mismo, en esta expresión del versículo 16 (14:16), hay otra palabrita con un sentido teológico extraor­dinario. Es la palabrita “otro”. Jesús está hablando de un Consolador, pero no de un Consolador cualquiera. Jesús está diciendo “otro” Consolador. Lamentablemente, en castellano tenemos una sola palabra “otro”; con ella puedo referirme a “otro” reloj exactamente igual a éste que tengo, o puede ser “otro” reloj totalmente diferente. En ambos casos usamos la pa­labra “otro”, pero en griego hay dos pa­labras. Una significa “otro” exactamente igual y la otra significa “otro” distinto. En este versículo se utiliza la palabra griega "állos", que significa otro exactamente igual u “otro de la misma clase”. Jesús nos está diciendo: “Voy a mandar a otro, pero que no es distinto que yo”. ¡Grandioso!
Los evangelios nos dan testimonio de cómo fue Jesús aquí en la tierra. Pero Jesús aquí nos está diciendo a nosotros, 2.000 años después, que va a venir “otro”, y que ese otro no es distinto que Él. Él nos dice: “Así como yo toqué a mis discípulos y les dije no se asusten cuando la tormenta arrecia, así también el Consolador estará con ustedes”. Es el mismo Jesús. Es el mismo Dios Espíritu Santo que cuando estamos solos nos acompaña, que cuando tenemos hambre nos alimenta, que cuando estamos enfermos nos cura, cuando necesitamos palabra divina nos aconseja, cuando no sabemos por qué camino seguir viene a nosotros y nos dice: “Yo soy la verdad”. Es el mismo Jesús que cuando la muerte nos asalta viene para afirmarnos y nos dice “Yo soy la verdad”. Es el mismo Jesús que cuando la muerte nos asalta viene para afirmarnos y nos dice: “Yo soy la resurrección y la vida”. Es el mismo Jesús, es exactamente el mismo Jesús, no es uno distinto, no es otra cosa, no viene con otro mensaje, no viene con otra actitud. Es el mismo amoroso Jesús que conocieron los discípulos y que ahora conocemos todos. No importa la geografía, el espacio, el tiempo, porque este maravilloso Dios Espíritu Santo está accesible para todos y en todo lugar.

Él es el otro Jesús. No se trata de una identificación abso­luta de Cristo como el Espíritu Santo, pero sí se trata de una continuación maravillosa del carácter, de la persona y del tratamiento de Jesús con sus seguidores. Hay algo paradójico en esto ya que el cristiano vive físicamente lejos del Señor, y sin embargo, el Espíritu Santo está presente en él. Pablo en 2 Corintios 5:6 dice: “Así que vivimos confiados siempre, y sabiendo que entre tanto que estamos en el cuerpo, estamos ausentes del Señor”. Sin embargo, en Romanos 8:9 afirma con convicción: “Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros”. La energía con la que Cristo trabaja en los hombres es la energía que comunica el Espíritu Santo, de quien deviene la regeneración espiritual. Por eso el Apóstol afirma que “si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él” (Romanos 8:9), e identifica la presencia de Cristo en la vida con la presencia del Espíritu (Romanos 8:10-11).


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