miércoles, 6 de septiembre de 2017

Habilidad

Hace unos días estaba en mi coche haciendo diligencias del vivir diario.
Con el embotellamiento de vehículos que se ve en muchas ciudades, y el estrés consiguiente, no está de más poner en práctica la habilidad al volante para esquivar lo que pudiera ser un accidente. Fue eso precisamente lo que me sucedió; tuve que esquivar a otro coche que se cruzó en mi vía, y fue entonces cuando vi la diferencia en mi reacción de hoy y mi reacción de hace diez años. Incluso en mi manera de conducir veo la diferencia de mi reacción y habilidad. Pero luego vino a mí la analogía de que es precisamente igual en nuestra vida espiritual.
Veamos: cuando somos jóvenes espiritualmente, y estamos conociendo a Dios, aprendiendo a vivir como cristianos, nuestra habilidad espiritual está aún bastante limitada y nuestras reacciones aún son impulsivas e inmaduras. Sin embargo, a medida que crecemos aprendemos a esquivar lo que podría ser un accidente fatal; pensamos nuestras acciones, dependemos no de nuestras propias habilidades sino de las de Dios a través de nosotros, nuestros reflejos están basados en lo que tenemos en nuestro interior, en el lugar que Dios ocupa en nuestro ser, porque al final, nuestras acciones son el reflejo de nuestro interior.
Así que, al igual que nuestra habilidad para conducir un coche mejora de acuerdo a los años de práctica, así mismo deberíamos ver nuestra habilidad espiritual; mientras más práctica tengamos, más impacto podremos tener en los que nos rodean y en nosotros mismos. ¡Qué Dios sea glorificado con nuestro diario andar!
Iniciativa y perseverancia hacen la diferencia. ¡No te rindas, termina la carrera y clama tu premio!
Encomienda al Señor tu camino; confía en él, y él actuará. Salmo 37:5
He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, me he mantenido en la fe. 2 Timoteo 4:7
Por tanto, nosotros todos, mirando con el rostro descubierto y reflejando como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en su misma imagen, por la acción del Espíritu del Señor. 2 Corintios 3:18

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