Habló el ángel y ordenó a los que estaban delante de él: «Quitadle esas vestiduras viles.» Y a él dijo: «Mira que he quitado de ti tu pecado y te he hecho vestir de ropas de gala.» Zacarías 3;4
Cuando mis hijos eran pequeños, jugaban en nuestro
empapado jardín y se llenaban de barro. Por su bien y el bien de mi
suelo, les quitaba la ropa antes de entrar y los llevaba a bañarse. Al agregar
jabón y agua, pronto pasaban de la suciedad a la limpieza.
En una visión dada a Zacarías, vemos a Josué, el
sumo sacerdote, vestido con harapos que representaban el pecado y las malas
obras (Zacarías 3:3). Sin embargo, el Señor lo limpiaba, le quitaba la ropa
sucia y lo cubría de prendas costosas (3:5). La mitra limpia y la túnica
mostraban que el Señor le había quitado sus pecados.
Dios también puede limpiarnos, al librarnos de
nuestras malas obras mediante la obra salvífica de Jesús. Como resultado de su
muerte en la cruz, el pecado que nos embarra puede ser lavado y recibimos las ropas de los hijos de Dios. Ya no nos definen nuestros pecados (la mentira,
el chisme, el hurto, la codicia, etc.), sino que podemos apropiarnos de los
nombres que Dios da a aquellos que ama: restaurado, renovado, limpio, libre...
Pídele a Dios que te quite cualquier harapo que
estés usando, para que puedas vestirte de las ropas reales que tiene
reservadas para ti.
Señor
Jesús, gracias por el regalo de aceptación y amor que nos diste al morir en la
cruz.
¿Quién puede
lavar mis pecados? ¡Jesús!
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