lunes, 24 de abril de 2017

Pidiendo disculpas

Siempre me ha tocado pertenecer a la minoría. Desde niña solía hacer las cosas de manera distinta, era de las que prefería leer un buen libro antes que salir a trepar árboles, de las que guardaba en la mochila el bocadillo anticipadamente, de las que conversaba temas de “mayores” con su madre y encontraba absurdas muchas cosas. A medida que fui creciendo estas diferencias se fueron manifestando en las distintas facetas de mi vida, siempre intentando no ser arrastrada por la corriente, y aunque me costara mucho, ir a veces en contra de las manecillas del reloj. Pues este mismo comportamiento me acompaña hasta el día de hoy.
Entre mi grupo de amigos soy la que no bebe alcohol ni fuma cigarrillos; soy la que tiene una opinión política que no suele ser la más popular; soy la que se divierte más viendo una película acostadita en la cama que en una disco bailando; soy la que cree en el matrimonio, en el amor para toda la vida; soy la que cree en la virginidad hasta el matrimonio, la que piensa que Dios tiene el hombre para ella, sin importar lo fuerte que griten las circunstancias. Soy de las que ora ante un problema, y la que le agradece a Dios por cada cosa que logra; soy la que tiene música cristiana en su reproductor de mp3, la que tiene la Biblia al lado de la cama para empezar y terminar el día leyéndola; soy la que habla con Dios durante todo el día y está segura que Él escucha. Soy de las que llora cuando ve la manifestación plena del Espíritu Santo, la que se arrodilla y levanta las manos. Soy esto y millones de cosas más que no me hacen ser la más popular, pero sí la más plena.
Pues resulta que en algún momento de mi vida, pensé que debía ocultar todo esto y reservarlo para los amigos que compartían este estilo de vida conmigo, pensé que si iba a comer a otra casa no sería necesario dar las gracias por la bendición de los alimentos, y si escuchaba algo con lo que no estaba de acuerdo lo mejor era callar, pero ahora no, ahora no lo pienso así.
No podemos pasarnos la vida pidiendo disculpas por lo que somos o por lo que creemos, no podemos esconder la cabeza en la tierra y pretender que el resto no aprecie que estamos allí. Me resisto a vivir la vida pidiendo disculpas por SER alguien que tomó otras determinaciones en su vida. Me resisto a ocultar lo que soy por temor a incomodar al resto o para que no se sientan intimidados por mí. Yo escogí vivir una vida de una determinada manera; frente a la posibilidad que Dios me dio de seguirlo yo dije que sí, y desde ese momento, no importa cuánto me esfuerce, ya no soy igual, ya no soy la misma. Si mis amigos son capaces de aceptarme con estas diferencias grabadas a fuego, yo también tengo que hacer lo mismo con ellos, sin tener que excusarse por ser de una determinada manera y sin tener que hacerlo ellos tampoco.
Dios nos ha dado libertad a través de su Espíritu, y esa libertad me permite SER tal cual soy, tal como elegí vivir. La próxima vez que alguien haga un comentario incómodo o que sea contrario a lo que tú tienes como convicción, no te atemorices ni te sientas mal, y tampoco te justifiques ni des excusas, vive con tus diferencias y permítete reflejar a Cristo en TODO lo que hagas. Ciertamente, Él nunca pidió disculpas por ser el “enviado del cielo” o el “unigénito”. Jesús siempre reconoció quién era y no le importó cómo le llegaba la noticia a los demás, Él se encargó de SER.

¿Y tú, todavía pides disculpas por tener a Cristo en tu corazón?

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