jueves, 6 de abril de 2017

La humildad da la victoria

«Bienaventurados los mansos, porque recibirán la tierra por heredad». Mateo 5: 5
Resultado de imagen de La humildad da la victoriaLa mansedumbre de Cristo palía las dificultades que hemos de soportar. Si poseemos la humildad y tranquilidad de nuestro Maestro, nos elevaremos por encima de los desprecios, los rechazos y los desdenes a los que estamos diariamente expuestos; y estas pruebas no deprimirán nuestro ánimo. La mayor evidencia de la nobleza que un cristiano puede exhibir es el dominio propio. Quien bajo un ultraje o la crueldad no mantiene un espíritu confiado y sereno, despoja a Dios de su derecho a revelar en él su propia perfección de carácter. La humildad es la fuerza que da la victoria a los discípulos de Cristo; es la demostración de su relación con el cielo.
«Porque Jehová es excelso, y atiende al humilde» (Salmo 138:6). Dios mira con ternura a los que revelan el espíritu manso y humilde de Cristo. El mundo puede mirarlos con desprecio, pero son de gran valor ante los ojos de Dios. No solo los sabios, los grandes y los benefactores podrán entrar en los atrios celestiales; no solo el obrero activo, lleno de celo y actividad incesante. No; el pobre de espíritu que anhela la presencia permanente de Cristo, el humilde de corazón, cuya más alta ambición es hacer la voluntad de Dios, estos también obtendrán su entrada. Se hallarán entre aquellos que habrán lavado sus ropas y las habrán blanqueado en la sangre del Cordero. «Por esestán delante del trono de Dios y lo sirven día y noche en su templo. El que está sentado sobre el trono extenderá su tienda junto a ellos» (Apocalipsis 7: 15). 
Los misericordiosos hallarán misericordia, y los limpios de corazón verán a Dios. Todo pensamiento impuro contamina el alma, menoscaba el sentido moral y tiende a disminuir la influencia del Espíritu Santo. Nubla la visión espiritual, de manera que los seres humanos no puedan contemplar a Dios. El Señor puede perdonar al pecador arrepentido, y lo hace; pero aunque esté perdonado, el alma queda marcada. Si queremos tener una clara comprensión de las verdades espirituales hemos de huir de toda impureza de palabras o de pensamientos.
Pero las palabras de Cristo abarcan más que el evitar simplemente la impureza sensual o la contaminación ceremonial que los judíos rehuían tan rigurosamente. El egoísmo nos impide contemplar a Dios. Únicamente el corazón abnegado, el espíritu humilde y confiado, verá a Dios como «misericordioso y piadoso; tardo para la ira y grande en misericordia y verdad» (Éxodo 34: 6).

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