jueves, 27 de abril de 2017

¿Está todo bien?

Él comenzó a garabatear algunas palabras en un papel. De repente, desvió su mirada hacia un lado y vio una pequeña nota escrita por su esposa. Cerró los ojos y lo visitaron imágenes de su memoria: vio a su hijo, de apenas cuatro años, que estaba acostado en la cama a causa de una fiebre fatal. Las imágenes lo transportaron a su ciudad, arrasada por un gran incendio. En un abrir y cerrar de ojos, vio que todos sus negocios e inversiones, fruto de mucho trabajo, desaparecían.
Resultado de imagen de Horatio G. SpaffordObservó también la imagen de su esposa junto a él, proyectando un largo viaje en barco. Ella iría antes con las cuatro hijas y él lo haría después de cerrar un negocio importante. Aún podía sentir aquellos abrazos tan amorosos que intercambiaron cuando se despidieron. Miró de nuevo y leyó detenidamente aquella nota, que decía: «Estoy a salvo, pero sola». Las lágrimas surcaron su rostro mientras pensaba en aquellas palabras.
El barco que llevaba a su familia colisionó con otro en alta mar y 226 pasajeros perdieron la vida; entre ellos, sus cuatro hijas. Solo su esposa había sobrevivido. Él enjugó sus lágrimas, continuó escribiendo y, así, Horatio G. Spafford, un abogado cristiano de Chicago, escribió en noviembre de 1873 uno de los himnos más bellos del cristianismo: Estoy bien con mi Dios. Sumido en un profundo dolor, compuso estos versos:
De paz inundada mi senda ya esté, o cubierta en un mar de aflicción, cualquiera que sea mi suerte, diré: ¡Estoy bien, tengo paz, gloria a Dios!
Puede que hayamos conocido personas que pasaron por situaciones parecidas. ¿Cómo ofrecer refugio y ánimo a aquellos que sufren? ¿Cómo ayudar a alguien que perdió su empleo o a un familiar, o que hoy enfrenta una grave enfermedad? Mientras sufría, el autor del Salmo 77 cuestionó: «¿Desechará el Señor para siempre, y no volverá más a sernos propicio? ¿Ha cesado para siempre su misericordia? ¿Se ha acabado perpetuamente su promesa?» (versos 7-8).
El motivo de la pregunta del poeta era descubrir por qué estaba siendo probado. Es una reacción natural de los que están pasando por pruebas.
Aunque ambos estaban afligidos por el dolor, Horatio G. Spafford y el salmista entendieron que, independientemente de cuál fuera la pérdida, la lucha o la tribulación, recibirían mayor ayuda y consuelo de parte del Padre. Los que sufren pueden acercarse con confianza a Jesús, preparados para escuchar sus palabras:
«No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo» (Juan 14:1, 27).
La esperanza de un día mejor hace que el sufrimiento actual sea un poco más llevadero. Podemos aprender a vivir con las pérdidas, porque el Señor nos anima y nos consuela siempre.

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