“Nosotros tenemos una ley, y según nuestra ley debe morir porque se hizo a sí mismo Hijo de Dios” (Juan 19:7).
Los judíos rechazaron a Jesús como su Dios y su Rey. Cuando los magos vieron su estrella en el Oriente, vinieron a Jerusalén en búsqueda del nuevo Rey. Entonces Herodes preguntó a los líderes espirituales de Israel dónde había de nacer el Cristo, y ellos contestaron acertadamente que en Belén de Judea. Lo sabían. Pero no se acercaron a Belén a verlo. Este es un dato importante. ¿Por qué no querían conocer a su nuevo Rey, a su Mesías? Porque ya tenían su religión montada a su manera y no querían que Jesús les estorbara. No tenían espacio para Dios en su fe. No tenían ninguna necesidad de Dios en su religión. Dios era un estorbo. Si Él asumiese su legítimo lugar en su práctica religiosa, desmontaría su sistema, y no lo querían. Tenían sus propios dioses y no querían que el verdadero Dios les desbancara.
Bien, antes de condenarlos, debemos echar un vistazo a nosotros mismos. Las pretensiones de Jesús como nuestro Dios significan que tenemos que abdicar el trono de nuestra vida y dejar que Él reine como Dios. Significa la renuncia de nuestra voluntad y la aceptación de la suya. Significa una obediencia y un sometimiento a su autoridad. Aunque reconocerlo como nuestro Dios es costoso. Para Jesús, reconocer al Padre como su Dios le costó la obediencia hasta la muerte de cruz. Los mismos principales sacerdotes y los escribas del pueblo lo habían dicho cuando citaron la profecía acerca de dónde nacería: “Y tú, Belén, tierra de Judá, de ningún modo eres la más pequeña entre los príncipes de Judá; porque de ti saldrá un gobernante, que pastoreará a mi pueblo Israel” (Mateo 2:6 y Miqueas 5:2, LBLA). Igual que el súbdito del reino tiene que ser gobernado por el gobernador, y la oveja tiene que obedecer al pastor, el creyente tiene que ser gobernado por su Rey y guiado por su Pastor. Busca su guía y la sigue; se somete voluntariamente a su autoridad. Su gobierno no es impositivo, sino un libre rendimiento de mi voluntad a la suya.
Jesús fue crucificado porque los líderes religiosos no lo querían como su Rey, ni su Pastor ni su Dios. Los judíos en su acusación de Jesús ante Pilato dijeron: “Nosotros tenemos una ley, y según nuestra ley debe morir porque se hizo a sí mismo Hijo de Dios” (Juan 19:7). Su divinidad está implícita en este título; le rechazaron como su Dios. Bien dijeron: “nosotros tenemos una ley”, porque era su derivación de la ley de Dios, pero no era ley de Dios. Ellos tenían sus leyes, su sistema, su religión y su dios, pero éste no era el Dios verdadero, sino uno creado a su medida, para sus propósitos. ¡Que Dios nos ayude a no hacer lo mismo! ¡Que dejemos espacio en nuestra religión para Dios! Y que sea su ley la que rija en nuestro corazón y nuestra vida.
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