jueves, 27 de abril de 2017

Compartir lo que hemos recibido

Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios. 2 Corintios 1: 3-4
Resultado de imagen de Compartir lo que hemos recibidoEl señor está siempre dispuesto a mostrar a los pecadores arrepentidos su gracia y su verdad; está listo para concederles perdón y amor; y demanda que los que han sido bendecidos por su compasión revelen esta misma misericordia y amor hacia los demás; pues ello equivale a hacer «las obras de Cristo», a «guardar los mandamientos de Dios» 1 Corintios 7: 19). Aquellos que muestran verdadera gratitud, glorifican a Dios cuando lo aman sobre todas las cosas y aman a su prójimo como a sí mismos. Manifiestan el hecho de haber recibido, no el espíritu del mundo, sino el Espíritu de Dios. A través del conocimiento adquirido por la experiencia, saben cuán bueno es lo que Dios gratuitamente les ha dado, pues han sido iluminados por el Espíritu Santo. Se ocupan de su «salvación con temor y temblor», conscientes de que es Dios el que obra en ellos tanto «el querer como el hacer por su buena voluntad» (Filipenses 2: 12, 13, RVC). Cristo mora en el alma del creyente como un pozo del que mana vida eterna.
Cuando comencemos a vernos como la posesión adquirida por Cristo, veremos más claramente nuestra necesidad de su presencia constante para poder representarlo, manifestando misericordia y amor hacia todos aquellos que figuran dentro de nuestro ámbito de influencia. Nuestra vida está cargada de solemnes responsabilidades y, solestando completamente consagrados a Dios, solo cuando Él nos purifica y derrama su vida y su Espíritu sobre nosotros, podremos representarlo correctamente ante los demás. Nuestra responsabilidad se extiende a nuestros pensamientos, palabras y acciones, así como a todas las interacciones con nuestros semejantes.

A fin de cumplir la ley, debemos guardar la regla de oro tratando a los demás como quisiéramos que nos trataran a nosotros. Nuestra influencia debe ser santificada por el Espíritu Santo en si ha de ser de bendición para la humanidad. No debemos angustiarnos por lo que tendremos que hacer en las semanas, los meses o los años venideros, ya que el futuro no nos pertenece. Solamente el día de hoy es nuestro, y durante este día debemos vivir para Dios, y embellecer nuestro carácter por fe en la justicia de Cristo. Debemos colocar este día en las manos de Cristo en solemne servicio, y en todos nuestros propósitos y planes ser guiados por Él. Este día hemos de hacer a los demás exactamente lo que quisiéramos que ellos nos hicieran a nosotros. Hemos de estar siempre dispuestos a pronunciar palabras amables que broten de un corazón lleno de amor y compasión.

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