Buscad al
Señor y su poder; buscad su rostro continuamente. 1 Crónicas 16;11
Mi hijo de cuatro años está repleto de preguntas que hacer, y
habla todo el tiempo. Me encanta charlar con él, pero ha desarrollado el feo
hábito de hablarme dándome la espalda. De hecho, muchas veces acabo diciendo: «No te
escucho. Por favor, mírame cuando me hablas».
A veces pienso que Dios quiere decirnos lo mismo;
no porque no pueda oírnos, sino porque tendemos a hablar con Él sin «mirarlo».
Oramos, pero seguimos envueltos en nuestras preguntas y enfocados en nosotros
mismos, olvidándonos de quién es Aquel al que elevamos nuestra oración. Como mi
hijo, hacemos preguntas sin prestar atención a la persona a quien le
hablamos.
Muchas de nuestras preocupaciones se resolverían
mejor si recordáramos quién es Dios y lo que Él ha hecho. Si dirigimos nuevamente nuestra mirada hacia Él, encontraremos consuelo en lo que ya sabemos de su
carácter: el Señor es amoroso, perdonador, soberano y bondadoso.
El salmista estaba convencido de que debíamos buscar
constantemente el rostro de Dios (Salmo 105:4). Cuando David designó líderes
para la adoración y la oración, alentó al pueblo a alabar al Señor por sus
atributos y su fidelidad en el pasado (1 Crónicas 16:8-27).
Al volver nuestra mirada hacia el rostro precioso de
Dios, hallamos fortaleza y consuelo aun en la incertidumbre.
Señor, que
la luz de tu rostro brille sobre nosotros.
Buscar el
rostro de Dios fortalece nuestra fe.
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