miércoles, 22 de febrero de 2017

El perdón libera y restaura

¿Cuál es la voluntad de Dios? El mejor ejemplo lo tenemos en la cruz. Jesús, siendo inocente, vino a morir de manera cruel con el fin de pagar por nuestros pecados. ¿Por qué? ¿Por qué el hijo de Dios tuvo que descender de su trono celestial y morir cruelmente colgado de un madero? ¿No era mejor decir simplemente “los perdono”, y hubiera sido suficiente? Bastaría un solo decreto oficial del cielo y Él se hubiera evitado el sufrimiento. Pero la realidad es que todo pecado deja establecida una deuda que no se puede cancelar con palabras. Años atrás, alguien me contó esta anécdota:
«Un día alguien te invita a su casa a cenar. No es un lugar cualquiera, ya que has sido invitado a cenar en la casa de la familia más rica de tu ciudad. Entras por la puerta del comedor y ves una mesa asombrosamente servida con platos lujosos para ti y todos los dignatarios, que han sido invitados para compartir juntos una noche inolvidable.
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El dueño de la casa te explica que todo lo que se va a usar para comer, como platos, utensilios, copas, etc., forman parte de una colección que ha sido para el uso privado de la casa por generaciones. Realmente no tienen precio. 
Comienzan a servir la comida y, claro, lo peor que te puedes imaginar sucede. Uno de los platos se te escapa de la mano y cae al suelo rompiéndose en mil pedazos. Tu cara lo dice todo, quieres salir corriendo y saltar por la ventana; anhelas que la tierra se abra y te trague en ese momento. Pero tienes que enfrentar las consecuencias. No se puede reemplazar el plato y tampoco tienes cómo pagarlo. Solo te queda rendirte a la misericordia de los dueños y pedir perdón. El perdón es dado inmediatamente y eres liberado de toda consecuencia. No tienes que pagar por el daño hecho y nadie te hace sentir mal por ese grave error.
Pero hay que recordar que el plato sigue roto, y la colección ya no es la misma al faltarle una de las piezas importantes. Ha quedado una deuda que alguien tiene que asumir; resta todavía el dolor de haber perdido algo muy valioso. Los dueños de la casa te dieron la libertad, asumiendo ellos las consecuencias de ese plato roto, pero cada vez que sirvan la mesa, habrá un espacio vacío de aquella pieza que jamás se pudo reemplazar».
Así es el pecado, dejando siempre una deuda que sin falta hay que pagar. Todo error cometido deja consecuencias con las que hay que lidiar. Ahora bien, tenemos el perdón, que es el acto de aceptar las graves consecuencias del pecado de otro, siendo uno inocente. Es llevar la culpa, pagar la deuda, y jamás pedirle cuentas al ofensor. El perdón libera al culpable de toda vergüenza y lo restaura a su posición original.
Así hizo el padre con el hijo pródigo. Cuando se encontró con él en la senda, no le pidió cuentas del dinero que le quedaba, ni le importó las condiciones físicas en las que regresó. Tampoco le dio menos valor de lo que era, ni de lo que nunca dejó de ser: ¡su hijo! Es más, la Palabra de Dios da a entender que el padre no albergó rencor ni ira ni enojo. Más bien, siempre soñó con el día en el cual su hijo regresara. El perdón estuvo presente desde el instante que su hijo le dio la espalda y se marchó. Así debemos ser.
El perdón también tiene resultados secundarios, y aquí es donde quizá muchos no entendemos por qué Dios apasionadamente quiere que perdonemos:
  1. Perdonar no es una señal de debilidad, más bien, requiere mucha valentía y esfuerzo.
  2. Perdonar demuestra nuestra afinidad con el corazón de Dios.
  3. Perdonar libera, no solamente al culpable sino también a la víctima.
La ira, el enojo y el rencor son sentimientos dañinos que lentamente sofocan los sueños, la esperanza y el propósito de Dios para nuestras vidas. Te amarran a un instante, a un momento de tu pasado y, al final, gobiernan tu presente y anulan tu destino.
Recuerdo que en esos meses que estuve aferrado a la ira y al rencor, revivía el cuadro de mi esposa y su pecado una y otra vez. Eran escenas que constantemente estaban repitiéndose en mi mente. No había escape de día ni de noche, y física y mentalmente me estaban matando. No dormía, no comía y no había salida por mucho que lo intentaba con mi razonamiento. Nunca pensé que lo que el mundo veía como debilidad, la opción que al principio muy pocos me dieron, al final fue el acto que puso en acción la mano de Dios para sacarme de mi cautividad y devolverme lo que el diablo me había robado. ¡El perdón me liberó!

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