El que halle su vida, la perderá; y el que pierda su vida por causa de mí, la hallará. Mateo 10:39
Cuando me casé con mi novio inglés y me mudé a Gran
Bretaña, pensé que sería una aventura de solo cinco años en una tierra extraña.
Nunca soñé seguir viviendo aquí casi 20 años después ni que, a veces, sentiría
que había perdido todo al despedirme de mi familia y amigos, de mi trabajo y de
todo lo conocido. Pero, al perder mi vida anterior, encontré una mejor.
El regalo invertido de encontrar la vida cuando la
perdemos, es lo que Jesús les prometió a sus discípulos. Cuando envió a los doce
a predicar el evangelio, les pidió que lo amaran más que a sus padres y a sus
hijos (Mateo 10:37). El Señor pronunció esas palabras en un contexto cultural en el que las
familias eran el fundamento de la sociedad y altamente valoradas. No obstante,
prometió que si perdían su vida por Él, la encontrarían (verso 39).
No hace falta que nos mudemos a otro país para hallarnos
en Cristo. Mediante el servicio y la consagración, como sucedió con los
discípulos al ir a compartir la buena noticia de la salvación en Cristo, nos
encontramos recibiendo más de lo que damos, ya que el Señor derrama su amor
abundantemente sobre nosotros. Sin duda, Él nos ama sin importar cuánto lo
sirvamos; pero, cuando nos entregamos por el bienestar de otros, encontramos
satisfacción, propósito y plenitud.
Señor, te
amo y te entrego mi vida para servir a los demás.
Toda pérdida deja un espacio que puede llenarse con la presencia de Dios.
Toda pérdida deja un espacio que puede llenarse con la presencia de Dios.
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