lunes, 2 de enero de 2017

La victoria final de Pablo

He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no solo a mí, sino también a todos los que aman su venida. 2 Timoteo 4:7, 8.
Cuando Pablo finalmente llegó a Roma, las autoridades no lo encarcelaron sino que le permitieron vivir en una casa alquilada. Aunque estaba bajo guardia armada, se le dio libertad para recibir visitas en cualquier momento.
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Y después de casi dos años de arresto domiciliario, Pablo fue llevado ante el emperador Nerón, para enfrentarse a las acusaciones. Nerón era tan cruel que hasta había matado a su propia madre. Pero la mano de Dios estaba sobre su siervo y, para sorpresa de todos, Nerón comprendió que Pablo era inocente y lo dejó libre.
Pero apenas había comenzado Pablo a volver a visitar a las iglesias en Grecia y Asia Menor, hubo un terrible incendio en Roma que quemó una buena parte de la ciudad. Los rumores de que el mismo Nerón era responsable del incendio recorrieron todas las calles.
El pueblo se encolerizó y enfureció, y para disculparse a sí mismo y, al mismo tiempo, para quitar de la ciudad a una clase que temía y odiaba, Nerón dirigió la acusación sobre los cristianos. Su ardid tuvo éxito, y millares de los seguidores de Cristo, hombres, mujeres y niños, fueron cruelmente martirizados.
Pablo sabía que no tenía mucho tiempo. Por lo que trabajó más que nunca visitando a las iglesias y alentando a los creyentes.
Los judíos incrédulos habían estado buscando alguna manera de detenerlo, así que, acusaron a Pablo de ser el pirómano que había comenzado el fuego en Roma.
Pablo no tenía un abogado que lo defendiera, pero cuando estuvo valientemente en pie delante del Emperador, le contó la verdad acerca de Dios. Nerón no había oído nunca antes algo como eso, y por un momento este sanguinario gobernante quiso realmente cambiar. Pero ese momento pasó, y Nerón puso al gran apóstol en un calabozo oscuro y, más tarde, lo mandó decapitar.
La última carta de Pablo fue para Timoteo, el ex adolescente que se había unido a Pablo y a Silas años antes. Aunque estaba sentado en prisión, aparentemente derrotado, las palabras del anciano apóstol brillaban de triunfo, mientras su pluma las trazaba sobre las páginas. Pablo bajó al sepulcro ganando la aprobación de Dios, mientras que Nerón, quien se había apartado de la verdad, terminó suicidándose cuando tenía solo 32 años.

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