“Dios mío, no te alejes de mí. Dios mío, ven pronto a ayudarme. Que perezcan humillados mis acusadores; que se cubran de oprobio y de ignominia los que buscan mi ruina. Pero yo siempre tendré esperanza, y más y más te alabaré”.
(Salmos 71: 12 -14 NVI)
Mi Dios, eres mi vida, la única constante en mis caídas y en mis más grandes victorias. Has estado siempre a mi lado dándome esperanza y eso te lo agradezco. Te necesito, más aún cuando siento desfallecer…
No soy de hierro, aunque ocasionalmente lo parezca, pero en realidad estoy hecha de carne y hueso; carne que con el tiempo se malogra y hueso que se convertirá en polvo, volviendo a mi estado original.
Dame fuerzas hoy Señor, no las tengo. Me sofocan las dudas, las lágrimas me ahogan, y la respiración agitada y consumida por la desesperación me hace pensar en que te necesito más que nunca.
El engaño pulula en el ambiente, es real y a la vez desconocido para mí, pero no para ti mi Dios. Conoces cada poro de mi piel, mis pensamientos y mi alma, y sabes que me siento desmayar…Quiero cerrar los ojos, encontrarte entre mis sueños, tener una conversación seria contigo, preguntarte tantas cosas, entender este entrenamiento duro, gélido y destructivo.
Moriré y volveré a vivir, porque es por ti y para ti que respiro. Quiero demostrártelo hasta que tú decidas que mi historia continúa como ciudadana de un cielo que anhelo conocer.
Me ahogo, me asfixio entre mis lágrimas, en la falsa esperanza de promesas no cumplidas. Pero no me rindo, avanzaré, seguiré de tu mano que me sostiene; mi alma llora amargamente por mi incapacidad de flotar por encima de las circunstancias, al pasar ese camino estrecho y empedrado rodeada por la más densa oscuridad.
Me abraza, me abruma, me aterra; inutilizada, bloqueada y anulada…mi alma llora, no hay remedio…Podrán desfallecer mi alma y mi corazón pero Tú permanecerás para siempre en mi mente, en mis entrañas, en mi interior.
Mi Dios, mi todo; apiádate de mí, de esta sierva tuya que pareciera perder, aunque ha sido vencedora desde el principio…escapo, se esfuman mis ilusiones y en verdad no sé si quiero ya atraparlas; parar, cambiar el rumbo de mi destino; respirar, contar hasta 10 y permitir que mis fuerzas sean renovadas para volar hacia la libertad.
Mi amor, mi único y verdadero amor, Jesús…
Me restaurarás, nunca paras de hacerlo.
Viví un sueño y desde hoy debe renovarse. Aquel se desvanece como la bruma al salir el sol; hoy nace en mí un nuevo propósito, vivir por ti, para ti y SIEMPRE junto a ti.
“Me has hecho pasar por muchos infortunios, pero volverás a darme vida; de las profundidades de la tierra volverás a levantarme. Acrecentarás mi honor y volverás a consolarme”.
(Salmos 71: 20 -21 NVI)
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