jueves, 26 de enero de 2017

La encarnación de la verdad

«Yo para esto nací, y para esto vine al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que está de parte de la verdad escucha mi voz», Juan 18: 37, JVVI
La consciencia que Jesús tenía de sí mismo, aunque fue derivándose paso a paso por la senda de la humillación, proporcionaba a sus palabras una fuerza asombrosa. ¡Verdaderamente instructivas eran las lecciones que daba y pasmosa la autoridad con la que reprendía los pecados de los encumbrados y poderosos! Para Él, la verdad era la verdad, y nada más, y la verdad nunca sufrió menoscabo en sus manos, porque Él era el autor de la verdad. «Para esto, dijo, he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad» (Juan 18: 37).
Resultado de imagen de La encarnación de la verdadCristo era la encarnación de la verdad y la santidad. Él, que había estado en los
concilios de Dios, y como Dios, que había morado en lo más íntimo del santuario del Eterno, hablaba de lo que conocía. Presentaba las verdades del carácter más elevado y sublime, y revelaba a las gentes la mente del Ser infinito. Pero aquellos que, se supone, debían estar en posición prominente en lo que al conocimiento y la comprensión de las verdades espirituales se refiere, no entendieron su significado; y lo que había sido desarrollado desde la eternidad por el Padre y el Hijo, ellos, en su ignorancia, lo criticaron y lo condenaron.
Cristo crucificado atrae continuamente a las almas hacia Él. Por el contrario, Satanás trata de apartar a la gente de Cristo, a fin de que no camine a la luz de su rostro ni lo contemple en su bondad y misericordia, en su infinita compasión e insuperable amor. El diablo se introduce presentando los atractivos y los encantos del mundo, para que no se discierna el carácter divino de Cristo. Pero el Señor Jesús vino para que todos los que creyeran en Él pudieran ser salvos.

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