«Yo para esto nací, y para esto vine al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que está de parte de la verdad escucha mi voz», Juan 18: 37, JVVI
La consciencia que Jesús tenía de sí mismo, aunque fue derivándose paso a paso por la senda de la humillación, proporcionaba a sus palabras una fuerza asombrosa. ¡Verdaderamente instructivas eran las lecciones que daba y pasmosa la autoridad con la que reprendía los pecados de los encumbrados y poderosos! Para Él, la verdad era la verdad, y nada más, y la verdad nunca sufrió menoscabo en sus manos, porque Él era el autor de la verdad. «Para esto, dijo, he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad» (Juan 18: 37).
Cristo era la encarnación de la verdad y la santidad. Él, que había estado en los
concilios de Dios, y como Dios, que había morado en lo más íntimo del santuario del Eterno, hablaba de lo que conocía. Presentaba las verdades del carácter más elevado y sublime, y revelaba a las gentes la mente del Ser infinito. Pero aquellos que, se supone, debían estar en posición prominente en lo que al conocimiento y la comprensión de las verdades espirituales se refiere, no entendieron su significado; y lo que había sido desarrollado desde la eternidad por el Padre y el Hijo, ellos, en su ignorancia, lo criticaron y lo condenaron.
Cristo crucificado atrae continuamente a las almas hacia Él. Por el contrario, Satanás trata de apartar a la gente de Cristo, a fin de que no camine a la luz de su rostro ni lo contemple en su bondad y misericordia, en su infinita compasión e insuperable amor. El diablo se introduce presentando los atractivos y los encantos del mundo, para que no se discierna el carácter divino de Cristo. Pero el Señor Jesús vino para que todos los que creyeran en Él pudieran ser salvos.
Cristo era la encarnación de la verdad y la santidad. Él, que había estado en los
concilios de Dios, y como Dios, que había morado en lo más íntimo del santuario del Eterno, hablaba de lo que conocía. Presentaba las verdades del carácter más elevado y sublime, y revelaba a las gentes la mente del Ser infinito. Pero aquellos que, se supone, debían estar en posición prominente en lo que al conocimiento y la comprensión de las verdades espirituales se refiere, no entendieron su significado; y lo que había sido desarrollado desde la eternidad por el Padre y el Hijo, ellos, en su ignorancia, lo criticaron y lo condenaron.
Cristo crucificado atrae continuamente a las almas hacia Él. Por el contrario, Satanás trata de apartar a la gente de Cristo, a fin de que no camine a la luz de su rostro ni lo contemple en su bondad y misericordia, en su infinita compasión e insuperable amor. El diablo se introduce presentando los atractivos y los encantos del mundo, para que no se discierna el carácter divino de Cristo. Pero el Señor Jesús vino para que todos los que creyeran en Él pudieran ser salvos.
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