“Tú, Jehová, conservas al hombre y al animal. ¡Cuán preciosa, Dios, es tu misericordia! ¡Por eso los hijos de los hombres se amparan bajo la sombra de tus alas!” (Salmos 36:6,7).
El gatito blanco de ojos azules y una mancha gris en la cabeza estaba sentado a la puerta de la iglesia. La expresión de confusión de su rostro indicaba que alguien lo había abandonado allí a pesar del aguacero. Lo vimos cuando llegamos para ensayar con el coro; nos acercamos a él y lo acariciamos.
Después del ensayo, discutimos qué hacer. Él ronroneó cuando le dimos agua, leche y pan. “¿Y ahora qué?” Yo no podía llevármelo, porque mis tres gatos no iban a darle la bienvenida. Nadie podía llevárselo. Así que, con tristeza en el corazón, nos despedimos de él.
Una vez en casa, hice algunas llamadas telefónicas y puse un anuncio en dos periódicos locales. Mi amiga Peggy sugirió que llamara a Lorraine, una amiga en común que ya no participaba en el coro. Lorraine me prometió: “Si nadie muestra interés de aquí al domingo, me lo llevo hasta que pueda encontrarle un hogar”. Oré para que el gatito estuviera aún allí cuando Lorraine fuera a la iglesia. Y así fue. Cuando Lorraine lo vio, le puso por nombre Lucas y se lo llevó a su casa.

El empleado del periódico que había publicado mi anuncio, era reacio a añadir el nombre de Lucas al mismo, cuando me llamó para renovarlo.
-Si ya tiene un nombre, entonces es una mascota, me dijo.
-Pero lo han abandonado, le expliqué. Y ese es el nombre que le ha puesto la persona que lo tiene ahora. Ella les pone nombre a todos los animales que cuida. Pero puede quitar el nombre, si usted cree que debe hacerlo.
-No, voy a añadirlo, accedió finalmente.
Había pasado un mes desde que Lorraine se había hecho cargo de Lucas, cuando una amable pareja leyó el anuncio y decidió adoptar a nuestro gatito. Lo recogieron y le dieron un hogar permanente.
Cuando Lucas estaba perdido, no sabía qué hacer. Nosotros, tampoco. A veces, en la vida, nos sentimos perdidas, con miedo a un futuro incierto. Pero Dios, que se preocupa incluso por los miembros más pequeños de su creación (Mateo 10:29-31), también lo hace por nosotros. Lo único que tenemos que hacer es hablar y confiar en Él, de la misma manera como el dulce y suave Lucas puso su confianza en nosotros.
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